Gallardoski.-Hace ya algún tiempo que me quité de poeta. Sigo de articulista más que nada por fastidiar a un par de tontos y por agradar a dos o tres almas nobles que no cejan en el empeño de convertirme en gloria provinciana, en presentador oficial de cuanto bardo pase por nuestras tierras o en pregonero en la próxima verbena del Pago las Minas. Yo no tengo inconveniente en ser el Juan y Medio de las letras andaluzas porque soy de natural comprensivo y tengo buen talante desde antes de que Zapatero reinase sobre ese particular.
Además con esto de la farándula ilustrada, siempre conoces a gente graciosa y a algún chiquillo poeta que me recuerda a mí mismo cuando entonces. Hace tiempo que me quité de chiquillo, bueno que me quitó de chiquillo el tiempo; que deja de ser relativo en cuanto te taladran el vientre y la pelvis las agujetas tras una noche de amor desesperada.
Pero a mi en verdad lo que me gusta es tocar la guitarra en los grupos de rock. Ahora que Jack Bruce, Clapton y Ginger Baker, cabalgan de nuevo y vuelven los legendarios Cream, espero que no solo por la crematística, pienso que es un buen momento para resucitar alguna de las bandas con las que pasé mi adolescencia entre tablao y tablao, cuando no tenía otro interés lírico que escribir canciones sobre la marginación social y contra la romería del rocío.
Yo me metí a lo de poeta porque me echaron de los grupos de rock and roll. Allí era demasiado fino, demasiado intelectual para la costumbre de la especie. Creo que por rockero y vacilón me terminaron echando también del parnaso pueblerino, así que me siento, a mi edad, como un inmigrante ilegal de las artes.
Ah, también me quité de analista político- de esto hace más bien poco- porque la única forma de sobrevivir a la vileza del presente era echando mano del cinismo y uno, como saben en mi comunidad de vecinos, no quiere terminar ahí, en el cinismo, que esa parcela del pensamiento débil está ya hasta las trancas de genios, talentos, cerebritos y espectros.
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