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En las playas de Marruecos (2ª parte)
 
 
 
 
 
 
 
En las playas de Marruecos (2ª parte) PDF Imprimir E-mail
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19 de Octubre de 2008

En el puerto de Tánger

José Glez. Parada.-A la caída de la tarde nos encontrábamos a la altura de Cabo Espartel, donde los rayos de luz de su Faro empiezan a herirnos los ojos con sus haces continuos y que nosotros tratamos de burlar navegando tan cerca de los acantilados que su luz  nos pasa por encima y rumbeándonos al Este para divisar Tánger sobre las once horas, quedando atracado en su puerto a la media noche y custodiado por las patrulleras que también atracan a nuestro costado por fuera.

Las órdenes recibidas de la patrullera son que por la mañana, tenemos que presentar las libretas de navegación de la tripulación y el Rol del barco a las autoridades portuarias para nuestra identificación y presentar la Licencia de Pesca para dedicarnos a la misma en sus costas.

No tenemos nada que temer y si éstas están en regla, inmediatamente nos podremos marchar a trabajar de nuevo sin problema. En vista de esto, todos nos ponemos de acuerdo, y después de consultar con el oficial de la patrullera, nos vamos a la calle con el ánimo de pasear un rato por la cercanía del muelle y estirar las piernas sin tener la menor idea de lo que nos espera a la vuelta de la calle.

En estos años, la puerta principal del muelle del puerto de Tánger, estaba controlada por la noche por dos o tres vigilantes, pero cuando veníamos por la calle ya cerca del muelle, observamos una cantidad de marineros de la Real Armada Marroquí en la misma que, al vernos se abalanzaron sobre nosotros  rodeándonos y sin ningún tipo de explicaciones, nos llevaron hasta el barco acompañados de porrazos y de culatazos de los fusiles que portaban, hasta meternos a bordo sin contemplaciones y sin darnos tiempo a reaccionar.

No sé cuantos de nosotros pudo coger el sueño esa noche a bordo, sólo sé que varias horas más tarde, una vez amanecido el día 17, el ruido de pasos y tropelías por la cubierta hizo que nos levantáramos todos observando atónitos cómo los marineros de la patrullera habrían la nevera, sacaban las cajas  de pescados y la transportaban a un camión que se encontraba en el muelle próximo al barco hasta dejarla completamente vacía.

Acto seguido, los mismos hombres, soltaban los cuatro artes de pesca amarrados la tarde anterior en la cubierta, más uno sin estrenar que se encontraba en el cuartel de popa, y lo depositaban en el muelle siendo escoltado y vigilado por un soldado que impedía que nos acercáramos a ellos.

Así que en varias horas, nos habíamos quedado sin pescado ni para comer y sin los cinco artes de pesca, con la prohibición de utilizar la emisora de radio y  quitándole los portacigarrillos  al motor para evitar su encendido, e incluso prohibiendo a la tripulación salir del barco ni siquiera al cantil del muelle.

No podíamos salir de nuestro asombro, no sabíamos lo que había podido pasar para este cambio tan brusco por su parte, y sin que nos diera ni la más leve explicación del tema.

En las playas de Marruecos (1ª parte)

 
 
 
 

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