Hace algún tiempo quedé con un amigo para almorzar. Como el amigo es un hombre conocido, un artista vamos, me dispuse a reservar mesa en un sitio caro o caro para mí que los precios como el tiempo ya se sabe que son muy relativos.Gallardoski.-Conté mis aproximadamente setenta euros, que resulto el montante total que quedaba de la partida familiar para dispendios y excesos mensuales y me dije: bueno que se hinche de langostinos mi amigo artista famoso, yo fingiré que como soy de la zona estoy hasta los huevos de esos bichos feos y con bigotes.
Los pobres cuando vamos a los restaurantes marineros siempre tenemos la opción del socorrido “arroz en paella” o la otrora celebrada “brocheta de rape”, plato que ya, como digo, sólo disfrutan los pobres y los horteras. Lo que no es óbice para que hagamos nuestros cálculos mentales y sepamos cuánto cuestan las cosas, se quiere decir que uno es de los que, en la carta, lee más la parte de la izquierda que la de la derecha. Tiene uno una fidelidad a sus principios progresistas que resulta casi enfermiza.
El caso es que telefoneé al restaurante y pedí con resolución que me reservaran una mesa para ese día, a una hora prudente. El caballero que se hizo cargo de mi recado me informó muy amablemente que lo sentía mucho pero que no quedaban mesas. Lo siento, señor, repitió y yo di las gracias y dije nada hombre, no se aflija, otra vez será. Mi amigo artista puso cara de contrariedad cuando le comuniqué el inconveniente porque además él quería ir a ese y no a otro restaurante.
Ahí empecé mi estrategia desmitificadora del langostino: ¡Anda hombre! ¡Si los bichos esos feos con bigotes los ponen en todos los restaurantes igual!. Si han tenido ustedes alguna vez un amigo artista, sabrán como yo, que la mayoría de ellos suelen ser caprichosillos. Tiene que ser cosa de la tensión creativa, como todo lo dan ahí, necesitan cariño y atenciones del mundo entero. No digo yo que los artistas y los artistazos sean malas personas; ahí está Bono, el líder de U2, que no para de hacer cosas muy venerables por la humanidad. Pero me pongo en el pellejo del currela que tiene que buscar un viernes por la noche antes del concierto por toda la ciudad las setenta y tres toallas con rayas verticales que al Santo Tereso de Calcuta se le ha antojado tener en su camerino.
A este hombre, al currela, el Bono ya no le convence nada porque cada vez que le vea hablando con un jefazo de estado o de gobierno, se va a acordar de la noche tan mala que pasó por culpa de las toallas y por culpa de su reverendo arte. Mi amigo artista, sin llegar ni a la infinita bondad de Bono ni a la magnitud de las manías de éste, tiene también sus neuras y como iba diciendo, no se le metía en la cabeza que una nimiedad como la falta de espacio torciera sus planes.
Me pidió el número del restaurante y le dije: “Anda ya fulano, no te rayes colega, que ya he llamado yo” pero él insistió: “Joder, Gallardo, no seas plasta y déjame un momento el teléfono”. Mi amigo artista cuando nos vemos y tiene que hacer una llamada, siempre lo hace desde mi móvil y eso que él está forrado y lleva a veces hasta tres móviles encima que suenan bastantes veces y bastante bien. Pero sus móviles siempre están casi sin batería y como siempre está esperando una llamada “esencial” de algún ministro o de algún jerifalte de la Sociedad General de Autores Españoles no quiere quedarse incomunicado, el hombre.
“Hola buenos días”, dijo mi amigo desde mi móvil, “¿Está por ahí mengano? Dígale que soy fulano y que querría una mesa para dos para las 14.19 (esa precisión y esa prestancia han hecho de mi amigo artista la figura que hoy es). Espero unos segundos, dio un escueto “gracias, muy amable” (igualito que cuando actúa), me miró sin darme importancia ninguna y me dijo: “Ea, ya está todo arreglado”.
Yo toda mi vida he querido ser artista, no de esto de escribir en periódicos ni de inventarme poesías, sino artista de la canción, la danza o la halterofilia que son los verdaderos artistas, porque un día es una mesa en un restaurante y otro una extravagancia en una discoteca, el caso es que todo dios te trata como un príncipe sólo por hacer tu trabajo ( tu arte, vale) y está más bonito ser el príncipe que el sapo en el cuento largo de la vida.
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