Se siente más cerca uno de la rata que de Jesucristo, porque a la rata la entiendo, la rata es mensurable, y lo del Cristo un lío que ha provocado charlatanería a tutiplén.Gallardoski.-Le cuesta tanto al ser humano entenderse consigo mismo. Lo que más contento le pone, es soñar y fantasear con la vida después de la muerte. Expresión paradójica que induciría a la risa si no fuera porque muchas tonterías se han cometido atendiendo a los dictados de esta fantasmagoría absurda.
Si de verdad creyésemos en las excelencias del más allá, nos darían ganas de cortarnos tajantemente las venas y arribar de inmediato a los soleados paraísos en los que nuestros niños jugarían con los leones, nuestros jóvenes follarían eternamente a mórbidas huríes y a nuestros mayores se les pondría una cara de de sabios que ganas darían de besarle a todos y a todas la venerable calva.
Por eso, cuando miro una rata atropellada en la carretera y voy observando cómo según pasan las horas, la rata va desdibujándose del asfalto para terminar siendo una mancha más sobre el alquitrán una vez que los bichos han dado buena cuenta de la sangre y las tripas; y las ruedas de los coches de la piel y los huesos, se me resbala la mística por todo el cuerpo, me encojo de hombros y silbo por distraer la esencia del hombre trágico.
Se siente más cerca uno de la rata que de Jesucristo, porque a la rata la entiendo, la rata es mensurable, y lo del Cristo un lío que ha provocado charlatanería a tutiplén.
Se pone a pensar uno en los muertos de las guerras, en los muertos de la catástrofes naturales, en esas playas regadas de cadáveres, y lo que se me viene a la cabeza es la rata destripada, el perro atropellado en la autopista, la materia transformada, en suma, que ni se destruye ni desaparece.
Uno que quiere, pese a la repugnancia que le inspiran, parecerse más a la rata que a la mosca del vinagre cuya secuencia genética, por lo visto, apenas se diferencia de la nuestra, sabe que el sol, en términos relativos, se va a apagar en poco tiempo y sabe que nuestras vidas son los ríos que van a parar a la mar y que no hay ángeles subacuáticos sino peces que te comen los ojitos.
Ni Neptunos iracundos con su tridente amenazante, sino salitre que hincha la piel y cuando el mar, que es el morir, te vomita hasta la orilla… no hay un dios que te reconozca
|