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16 de Noviembre de 2008 |
No sé es nadie, la vanidad con la que andamos suele pegarse de bruces contra un doloroso ridículo universal, nadie es gran cosa ni nada es demasiado importanteSólo la paz es importante. Despertar cada mañana y no tener miedo a ser bombardeado, violado o humillado por matones cochinos armados hasta los dientes, vestidos de pesadilla bélica. Solamente la guerra es de una brutal importancia. El desorden moral de la soldadesca, el espanto ante la crueldad con que se aprietan botones sangrientos en inmaculados despachos del odio.
Sólo el hambre es importante. Asistir a la caída sobre nuestros brazos de la derrota total del niño que se abandona a la muerte.
Solamente el amor es importante. Sentir el exquisito temblor interior que nos arrastra a los brazos de ella, y verla a nuestro lado y convertirnos en dioses adictos a todas las manzanas y a todos los castigos.
El resto, viene siendo una tontería flagrante por la que deambulamos.
Ni las tribulaciones de adolescente compungido que considera su mierdecita de pena la más universal de las desgracias, sin entender que su barrillo purulento pasará como todo en la vida, se secará y terminará verderón, afeando su careto hasta el próximo fin de semana.
Ni los malolientes humos del cincuentón que acaricia las monedas de la estafa considerando siempre el legendario libro de sus derechos y apenas el libelo de sus deberes.
Ni es nadie tampoco, el traidor que babea los postres de la infamia porque se diluirá en el tiempo su asquerosa fechoría y todos nos olvidaremos, silbando nuestra olímpica indiferencia, de su miseria y de su vida de moral mugrienta. Todo es confuso, menos tu vientre, decía Miguel Hernández, y tenía razón.
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