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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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18 de Junio de 2014
26 de agosto (II)  (I)
José Antonio Córdoba.-En la casa de cargadores las noticias no eran buenas, debería de esperar al menos un mes si quería embarcar para el nuevo mundo. Allí mismo preguntado  un escriba, que aprovechaba los últimos suspiros de una vela anotando las mercadería a embarcar, le indico de una posada en la puerta de Rota ya que las de la zona estaban al completo.
Ante este giro inesperado, y aprovechando que el sol se ocultaba entre los mástiles de los galeones fondeados, decidió caminar por la orilla, buscando alguna taberna que sirviera algo recién pescado, algo fresco y bien cocinado. Allí frente a la puerta del Mar, que aún permanecía abierta, pero custodiada por un grupo numeroso de hombres del Duque, encontró una taberna que en su puerta tenía una fogata encendida y unas piezas de pescado a las llamas impregnaban la briza del atardecer, con retazos de aroma del buen pescado cocinado. Allí se encamino y allí sació apetito y mojó la garganta, para que el espíritu estuviera gozoso.

Satisfecho subió hacia la puerta del Mar, donde los soldados estaban haciendo los preparativos para cerrar las puertas, momento en el que todas las gentes de la ribera se apresuraban a subir a la villa y resguardarse de posibles piraterías. Aunque debido al movimiento de navíos y mercaderías, el conde tenía a sus hombres distribuidos por la villa y alrededores y prestos a intervenir ante una posible amenaza.
 
Su paso ante los guardias pasó desapercibido entre las gentes de la ribera. Gentes venidas y establecidas en la villa desde distintos lugares del mundo conocido. Según se adentraba en la villa camino de la hospedería, las calles se hacían vacías y oscuras, desde la mar debería de parecer un gigante adormecido. Una tenue luz iluminaba una pequeña abertura en una pared de una casa de dos plantas, una silueta se movía nerviosa entorno a esa luz, él supo identificarla como mujer, y continuó su paso tranquilo, al llegar junto a ella dio las buenas y pidió habitación, ella sin girarse le indicó que dentro estaba la dueña, ella lo atendería. Su voz le resultaba familiar, pero el tono era diferente, en fin cansado, pasó dentro, donde una mujer nada corpulenta lo atendió y le dio alojamiento.
 
La noche había caído en su plenitud cuando se dejó caer sobre el camastro. Aunque el sueño le podía, cerró los ojos pensando en el extraño encuentro con aquella mujer de por la mañana.
 
De un sobresalto se inclinó sobre el camastro. Los rayos del alba ya se habían colado por la venta. ¡El sobresalto!, ¡la voz de anoche en la puerta de la hospedería!, era ella, la mujer que le increpó en la mañana. ¿Cómo?, ¿Casualidad?, mucho llevaba vivido para creer en las casualidades, cosas del destino, ¡tal vez! Bajó al piso inferior y en la fuente del patio remojó su rostro y cabellera, pues el calor de julio ya apretaba por las noches…
 
 
 
 
 

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