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Libros de caballería
 
 
 
 
 
 
 
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21 de Abril de 2016
Cervantes y los libros de caballerías
Chatono Contreras.-Insistentemente se ha subrayado el papel que la lectura tiene en el Quijote. Se ha llegado a decir que el hidalgo manchego es el lector esencial. Dos géneros novelescos van a sobresalir en la gran obra: los libros de caballerías y las novelas pastoriles. Junto a los libros de caballerías habría que anotar las crónicas e historias de caballeros reales, y también el romancero.
Cuando Cervantes redacta el Quijote, los libros de caballerías constituían un género sin nuevas producciones. Este género había nacido en la Edad Media, fundiéndose en ellos varias tradiciones épicas, que constituyen ciclos o partes. Toda la historia poética del Rey Arturo y sus caballeros, o la de otros héroes de la Bretaña, como Tristán, Lanzarote, etc., se funde en la llamada «Materia de Bretaña». El poeta francés Chrétien de Troyes es quien va a dar forma a estas tradiciones. Hay también la evolución de la épica carolingía, que tomará un carácter especial en Italia, con los Orlandos. En España, la literatura caballeresca penetra en el siglo XIII, en forma de traducciones o con obras originales, como El caballero Cifar. Hay dos grandes novelas caballerescas en la Península: El Amadís de Gaula y Tirant lo Blanch. Ambas constituyen muy bellas obras de arte, y Cervantes, por boca del barbero o del cura que queman los libros de caballería, no deja de brindarles las merecidas alabanzas. El Amadís aparece como modelo que Don Quijote imitará en varias ocasiones.

 
El Amadís, atribuido a Garci Ordóñez de Montalvo, quizá traductor del original portugués, tuvo una descendencia abundante, en la que los autores exageran los rasgos y llegan al absurdo o al ridículo. Fueron estos libros decadentes los que provocaron la burla de Cervantes, que no deja de distinguir entre los libros estimables y los que hay que quemar, en el capítulo VI de la primera parte del Quijote. Así, el Cura juzga dignos del fuego Las Sergas de Esplandián, del mismo Garci Ordóñez de Montalvo, y El Amadísde Grecia, parodiados en varias ocasiones. También se condenan Don Olivarte de Laura, publicado en 1564, por el humanista Antonio de Torquemada, de quien también se critica duramente su obra Jardín de flores. Otros libros condenados son Don Florisante deHircania, publicado en 1556 por Melchor Ortega, y Don Belianis de Grecia, editado hacia 1547, y que se dice estar escrito por el sabioFristón, uno de los encantadores que hacen fracasar a Don Quijote, según invención del Cura, y no desechado del todo en el escrutinio.
 
Otro linaje de libros lo constituyen los Palmerines. Son esencialmente el Palmerín de Oliva, publicado en 1580, condenado por los escrudiñadores, y el Palmerín de Inglaterra, muy alabado. El Florismarte de Hircania, que también para en el fuego, fuépublicado en 1556, por Melchor Ortega.
 
Todos estos libros, y otros muchos, cuya relación se haría larga, eran muy leídos en el siglo XVI. Cervantes había sido lector gustoso de ellos, lo mismo que otros egregios españoles, como San Ignacio, Santa Teresa y los conquistadores de Indias. Precisamente, nombres de América, como California o Patagonia, se sacan de algunos de esos libros. Pero también este mismo entusiasmo provocó varias críticas por parte de humanistas y clérigos e incluso prohibiciones de que se publicaran o pasaran a Indias.
 
En el Quijote se muestra, precisamente, cómo no era sólo el ingenioso hidalgo quien se entusiasmaba con los libros de caballerías. En el capítulo primero se da cuenta de las discusiones que mantenía el buen hidalgo Quijada, o Quesada, con el cura de su pueblo. Después, en la venta en que se encuentran los protagonistas de la historia de Dorotea y Cardenio (que tiene un ataque de locura por una discusión sobre un personaje de un libro de caballerías con Don Quijote), el ventero habla del gusto con que él y los segadores leen tales libros; y en varias ocasiones surgirá la discusión con el canónigo de Toledo, o con el clérigo capellán de los Duques en la segunda parte.
 
Como veremos al tratar de la parodia caballeresca, Cervantes no va a negar absolutamente el valor de los buenos libros de caballería, sino sólo las fantasías y locuras de los que fueron al fuego en la casa del enloquecido hidalgo.
 
 
 
 

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