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Chatono Callejón del trapo
 
 
 
 
 
 
 
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24 de Abril de 2016
Las figuras esenciales
Chatono Contreras.- El don esencial de Cervantes es la inventiva, la imaginación que tramuta la realidad, la vida, el saber, en poesía. Todo ello a través de los personajes. Esta es la virtud más animada del novelista, inventar vidas que, aun respondiendo a formas sociales de la época, tienen cada una su radical individualidad. Son personas, no figuras muertas. Todo el saber, de humanidades, de letras, que Cervantes había contrastado duramente con la vida, aparecerá en función de la actividad de cada personaje. No se pueden aislar ni las ideas ni los valores del Quijote de su contexto.
 Don Quijote... ¿Quién es Don Quijote? Ya lo sabemos, un hidalgo de aldea, en una soledad tremenda, con nostalgia de los años de heroísmo (¿no es la misma nostalgia de Cervantes, cansado, encarcelado, no por el turco, sino por la administración, hundido en un miserable oficio?) El hidalgo lee los libros de caballería, quiere escribir uno, pero no, le es más urgente vivir las aventuras. Y enloquece.
Un loco como personaje... Es la época en que la libre manera de razonar del Renacimiento, tomará para su sátira las razones sin razón de los locos. Erasmo de Rotterdam escribirá su Elogio de la locura. Cervantes diseñará el tipo del loco razonador en apotegmas en El licenciado Vidriera, pero en el Quijote presentará a los locos graciosos de los cuentecillos, en contraste con la gran locura de su protagonista.

Don Quijote va a afirmarse en locura como expresión de su voluntad, con un propósito de realizar un noble sueño, la restauración de la caballería. Ya hemos visto el predominio de la parodia grotesca en los episodios de la primera salida. Pero Cervantes va a desplegar este personaje de una manera ahondadora. No seguirá presentándolo como muñeco. Poco a poco, iremos viendo que su locura no es solamente la alteración de lo que ve, sino que es locura de un hidalgo discreto, leído, y sobre todo enseñador de nobles ideales, al servicio de los que pone unos medios fingidos. Por ello fracasa, y el fracaso se nos presenta con los maravillosos matices de humor que conoce el lector de la obra inmortal.
 
A lo largo de su peregrinación vamos a ver que, entre aventura y aventura, el caballero razona, y un motivo constante y esencial será la advertencia, por parte de todos los personajes, de esta doble personalidad.
 Don Quijote afirmará constantemente su voluntad de servicio a los ideales más nobles. Pero cuando quiere realizar tan nobles fines, no piensa en la necesidad de adecuar los medios reales, no los puros gestos, las figuras externas. Don Quijote olvida la relación real con los demás, se aísla en un mundo en el que los demás dependen de él, en un voluntarismo que llega a la soberbia.
Realmente sucede así. Don Quijote no solamente se inventa a sí mismo, no solamente va a convertirse en una parodia de su realidad de hidalgo ensoñador con nobles impulsos refrenados por la soledad y la pobreza de su ambiente; también va a inventar a los demás. La poetización de su mundo es continua, y de los hombres y mujeres con que se encuentra, unos le opondrán violentamente su realidad personal y otros jugarán con él en una continua burla. El verdadero juego humorístico en el Quijote es el contraste y el choque, a veces brutal, con apaleamientos, entre la falsificada imagen que Don Quijote tiene de sí mismo y la imagen que los demás tienen del hidalgo Alonso Quijano, o Quesada, o Quijada. Y tampoco esta imagen es absolutamente verdadera. Don Quijote no tiene ni razón ni razones en la primera parte, pero conforme avanza la obra, Cervantes nos irá mostrando, con su maravillosa comprensión del corazón humano, cómo también Don Quijote tiene su verdad, que no es ni la de él, ni la de los otros. Cervantes, primer novelista moderno, no se pone a favor de Don Quijote, ni de los demás personajes. Ninguno de ellos tendrá razón en absoluto, tendrá sus razones, tan sólo. Así, cuando el malhumorado clérigo, capellán de los duques le dice que no pierda el tiempo y que se vaya a su casa, Don Quijote le contestará magníficamente:
 
« ¿Por ventura es asunto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta irreparable; pero de que me tengan por sandio los estudiantes que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite; caballero soy, caballero he de morir, si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberana; otros por el de la adulación soberbia; otros por el de la hipocresía engañosa y algunos por el de la verdadera religión, pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra.
 
Yo he satisfecho agravios, enderezado entuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean; y siéndolo no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes.
 
Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno: si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganle vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes.»
 
El lector se queda desconcertado con los matices sutiles de este párrafo. Don Quijote defiende la caballería, con razones claras. Pero de pronto su locura le lleva a afirmar que ha realizado hazañas que el lector sabe que han sido grotescos fracasos y enseguida se vuelve a afirmar la bondad de los propósitos.
 
Este contraste de Don Quijote con la realidad es, ante todo, ya lo hemos dicho, contraste con otras vidas. Y el primero que contrasta la invención y la realidad de Don Quijote es Sancho,
 
Sancho, Sancho bueno, compañero hermano de Don Quijote, al que engaña, del que espera sobre todos los beneficios, pero al que declarará que quiere más que a la lumbre de sus ojos, unido al caballero en pareja, sobre la que se proyecta alternadamente la lente penetrante de la descripción, del contraste en gestos, en palabras, en valor o cobardía, en locura o sensatez. Sancho no llega aquijotizarse. Penetrará en el mundo de Don Quijote o se separará de él. Es un rústico, pero su rusticidad aparecerá llena de discreción y su bondad resplandecerá siempre. Todo será para él situación concreta y junto a la aspiración de Don Quijote, que es Dulcinea, él soñará en la ínsula. Sus ideales de vida serán, sin embargo, el mundo del caballero del Verde Gabán o el del Labrador rico. Y a través de toda la obra hay una vacilación entre su fe en Don Quijote y su imagen deseada de la seguridad burguesa. En el diálogo que tiene con su mujer, para preparar la tercera salida, se observan las actitudes cambiantes.
 
 
 
 
 
 

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