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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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02 de Junio de 2016
Omnes Oceanus XIII (Viejos recuerdos)
José A. Córdoba.-─He sido ─¿aquella Infante con cara de niña había ido a la guerra?, se preguntaba Carmen ─escolta personal para la embajada española en Colombia, Paraguay y estando también desplazada en Irak, ─explica la Infante León ─¡Carmen! ─dijo clavando sus ojos en los de ella ─no, estoy aquí por dinero, no te niego que al principio cuando me preparaba para acceder a la Armada, lo pensara, pero desde que sirvo como Infante, ese pensamiento se esfumó…
─¡Pero…! ─interrumpió Carmen, quedándose en silencio como si no alcanzara a comprender, ─¿ustedes vais a las misiones cobrando un buen dinero?, ¿eso no me lo negaréis?
─¿Qué haces aquí?, ─le preguntó en seco Espinosa.
Ella se volvió hacia él con una expresión en el rostro que denotaba que aunque hacía lo posible mentalmente por encontrar la respuesta, esta se la resistía.

─¡No sé!, sinceramente no se qué hago aquí, no es una cosa que planease esta mañana cuando dejé la habitación del hostal, ─habló finalmente Carmen.
─Pues esa pregunta nos la hemos hecho infinidad de veces los que participamos en misiones internacionales, aunque la mayoría sean solo de ayuda, tarde o temprano la guerra te alcanza, ─habló Espinosa.
─¡No somos asesinos a sueldo!, llegamos a aquellos lugares un poco con la mentalidad de tantas películas que podemos ver en la tele, pero en ellas no te muestran lo que es veinticuatro horas en tensión, apoyado sobre un parapeto de sacos de arena, sabiéndote que un mal movimiento puede acabar con tu vida. Una escolta a un convoy de ayuda humanitaria puede ser la última misión que hagas vivo. En el simple camino de una patrulla puedes ser atacado y en el mejor de los casos salir herido, eso es por lo que nos pagan. Pero, el ayudar a civiles a refugiarse de un francotirador con tu vehículo blindado; cuando al asistir a un parto en medio de la calle te llueven proyectiles y escombros de todas partes, solo piensas en proteger con tu cuerpo la vida de la madre y del recién nacido;  dar de comer a un pequeño que lleva días sin llevarse nada a la boca, y aún sin entendernos verbalmente, notar en sus ojos como te agradecen cada bocado, o incluso dejan de comer para fundirse a ti en una gran abrazo, que aunque nos separen varios centímetros por el equipo que portamos, llegan a transmitirte un calor indescriptible que traspasa cualquier chaleco antibalas. Ayudas a una familia a reconstruir su casa notando como al principio el uniforme y los vehículos militares los hacen reacios a esa mano tendida, pero al  ver cómo te ensucias, sudas  y trabajas tanto con ellos acaban haciéndote sentir como uno más del pueblo. ─Hablaba Espinosa
─Volvería mil veces a una zona en conflicto, por sentirme útil. Y pagar, ¡si Carmen, pagar!, pagar por sentir como tras esos temores iniciales la población civil busca refugio en ti a sus problemas... ─El Teniente hizo un silencio casi incómodo, ─en mi caso, la segunda vez desplazado en Bosnia, en una patrulla rutinaria nuestro convoy se fue atacado en las cercanías de un pueblo, mi vehículo pisó una mina y recibió dos impacto de granada, el blindaje de aquellos vehículos de entonces no lo soportó y tuvimos que abandonar el vehículo antes de que recibiéramos la protección del vehículo que nos seguía. Tras una hora de intercambio de fuego, el enemigo se puso en fuga cuando una columna francesa al ver nuestra situación les regaló fuego de artillería de dos tanques que iban en la formación. Ya en la tranquilidad y seguridad de la cobertura de los franceses, miré a mi alrededor buscando a mis hombres, un herido, y…, ─bajó la mirada, aquel recuerdo le rasgaba por dentro, ─…mi mejor amigo,  compañero en aquel vehículo destrozado yacía junto a mí, muerto, una herida de metralla en el pecho acabó con él y yo no lo vi irse. Pues en aquella situación, fueron los vecinos quienes en una manta colocaron a mi amigo, lo taparon y me ayudaron a llevarlo hasta el vehículo ambulancia de los franceses, fue todo un cortejo fúnebre para con un desconocido. Pero en el rostro de aquellas gentes no había odio, era de dolor, tanto como el que me invadía al ver a mi amigo yaciendo allí sin vida.
─¿Sabes Carmen?, he vuelto en dos ocasiones más a la zona y siempre me acerco a visitar el pueblo, ya no es aquel amasijo de ruinas, han florecido sus campos, los recuerdos de la guerra se han borrado de las calles, excepto uno. En una esquina de la plaza, hay un modesto monumento, casi inadvertido para el turista. Cuando volví la primera vez al cabo de cinco años, fui al pueblo, visité a varias familias, y tomando una copa en el único bar del pueblo, una niña de doce años se me acercó con una alegría, como si me conociera desde que nació. Insistía en que la acompañara, miré al matrimonio que regentaba el bar, y sonrientes me indicaban que la siguiera. Ella me tomó de la mano y me llevó casi en volandas a la otra parte del pueblo, a la plaza principal, y me hizo entrar en un porche de arcos de una gran casa señorial, ella acompañaba mis pasos desde el exterior, de pronto se detuvo y me señaló la pared. Allí en la pared una placa de piedra nueva resaltaba sobre la de la fachada, en ella varias decenas de nombres, pude leer sin mucha atención que era en recuerdo a las víctimas de aquella guerra. Le devolví la mirada, pero ella insistía en que me fijara bien, así que me acerqué y comencé a leer los nombres uno por uno, hasta que al llegar al final de la lista, un nombre resaltaba sobre el resto, un escalofrío me dejó casi inmovilizado, al final de la lista y entre unas orlas coloreadas, podía leerse“Al Legionario que encontró la muerte a las puertas de este pueblo”, en aquel momento caí de rodillas frete aquel monumento, fue como si tuviera de nuevo a mi amigo entre mis brazos. La pequeña se me acercó y sin mediar palabra alguna me abrazó con tal fuerza, que una paz extraña me invadió por dentro. Los años han pasado Carmen, hoy aquella niña es una bella mujer, casada, feliz y madre de dos niños esplendidos, tengo al inmensa felicidad de ser su padrino de bodas, ya que ella perdió a su padre durante la guerra, además de ser el padrino de la pequeña Mariana, si, la pequeña tiene nombre español en honor a mi compañero, él se llamaba Mario. Además Mariana pasa largas temporadas en el Ferrol, casi la he adoptado. ─El semblante de Espinosa cambió por completo, había felicidad en aquel rostro, en aquellos ojos había un destello especial.
 
 
 
 

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