Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información | Y más
Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
Cartas de una sombra PDF Imprimir E-mail
Usar puntuación: / 0
MaloBueno 
24 de Noviembre de 2016
La puerta al Infierno
Cuando retiró su brazo derecho de los ojos, el infierno le tendía abierta la entrada y en el mismo marco de la puerta cuatro figuras ataviadas como él se le acercaron. Bencomo hombre frío y calculador no solía ser temeroso, pero el instinto ganó terreno y desenvainó su acero, lo que provocó que las cuatro figuras se detuviesen…
─¡Ya os lo dije!, tiene muy malas pulgas y esta broma vuestra no le va a gustar. ─Una de las figura hablo con voz de mujer.
─¡Ja,ja,ja,ja! ─Rieron las otras tres figuras, con voz de hombres.
─¿Desde cuándo el infierno manda a almas en penas a por un vivo?, pues por muerto no me tengo. ─Dijo Bencomo a la vez que se ponía en guardia.
       
     Una de las figuras dio un paso al frente y le dijo.
─Amigo, hermano, ¡capitán cálmate!, ha sido una simple broma─ Diciendo esto quien le hablaba, se retiró la capucha dejando ver una máscara negra que cubría por completo el rostro.
            Bencomo dio un paso atrás, no se fiaba y permanecía con la espada desenvainada, se mantenía en una posición que no provocaba, pero daba a entender que tener el acero a la vista su portador no dudaría en hacer uso de él. Con los brazos cruzados la mano izquierda se dejaba posar sobre en cinto justo en la línea y algo por debajo de ese punto central natural del ser humano tal cual lo definiera Da Vinci en su “Hombre del Vitruvio”. Sobre el antebrazo izquierdo la espada descansaba en un reposo desafiante, con la hoja hacia arriba, paralela al torso y buscando el hombro, el lado afilado de la hoja miraba como él al frente, la empuñadura hacia su cintura de forma que el brazo derecho se cruzaba por delante buscado aquel punto central natural y que nosotros llamamos ombligo, mientras la mano derecha sostenía firmemente la empuñadura de la espada.
            La figura que le hablaba se retiró la máscara, apareciendo el rostro de un hombre que rondaba la cincuentena, una barba canosa de algunos días, con algunas cicatrices que le conferían un halo de misterio y respeto. Bencomo contemplaba aquella estampa sin dar crédito a lo que sus ojos veían. El hombre se acercó a Bencomo a la vez que daba esos escasos pasos extraía de su cintura una espada idéntica a la del Capitán, y se la presentó diciéndole.
─¡Señor!,  mi nombre es Santiago, soy tu segundo al mando, somos parte de tus Caballeros, debes de acompañarnos, te necesitamos─. Con las palabras se desplazó a un lado dejando la entrada despejado y le invitó a acompañarlo. 
            El resto ya se había introducido por aquella extraña puerta, y miraban desde el interior. Bencomo permanecía impávido mientras Santiago se introducía por la puerta. Bencomo esperó unos segundos y al final lo imitó.
            El grupo se introdujo en el interior de un habitáculo, y el resto se quitaron las caretas de protección, dejando sus espadas en un armero, allí pudo comprobar que todos llevaban el mismo tipo de espada que él, pero lo que más le impactó fue ver sobre el armero un blasón de la Orden. Antes de que pudiera preguntar nada todos se sentaron en unos asientos metálicos adosados a unas paredes extrañas, también metálicas. La mujer se acercó a Bencomo, le indicó que se sentara y le ayudó a colocarse un cinturón que lo sujetaba contra el asiento.
─¡Bencomo!, vamos a sentir un temblor grande -le hablo dulcemente aquella mujer, con la confianza de conocerse de antes-, tranquilo, cuando estemos en el aire te explico todo, donde estamos y ¿por qué?. Ponte esta máscara de aire.
            El Capitán asistía a todo aquello como si fuese la primera vez, pero la actitud del resto de los presentes en aquél habitáculo dejaba claro que no era la primera vez que se veían, ni vivían esa situación. Un poco receloso espero a ver como todos se sentaban, se fijaban los cinturones y se colocaban sus respectivas máscaras. Al final el también se la colocó.
            Lo que después se vivió el lo describiría como si estuvieran en una de esas torres o murallas que se desplomaban por las minas sarracenas…
 

José Antonio Córdoba Fernández

 
 
 
 

Vídeos
históricos más vistos

Últimas entradas más leidas

 
 
 
 
© 2024 Portal Sanlucardigital.es
Joomla! is Free Software released under the GNU General Public License.
 
Síguenos en
       
Sanlúcar Digital  ISSN 1989-1962