 Yo creo que en este país nuestro, Ex-paña, y más aún en nuestra república del Guadalquivir, lo único que sigue funcionando son las hermandades con sus omnipresentes procesiones, las cosas de Nina y las tortillitas de camarones. ¡Anda que no!
Jota Siroco.-Yo creía que los destructores, perdón, los constructores inmobiliarios eran gente lista, gente que se pasaba las noches epatando rubias, quemando visasplatino y machacando audis altagama, como un efecto secundario de su inteligencia innata, virgen y ágrafa; que los especuladores guardaban en cada sonrisa de triunfo y golpecito de conmiseración en mi débil espalda un as en la manga y una pata de conejo en la cartera como pasaporte hacia un éxito de güisqui en La Carreta; que los economistas sabían más secretas recetas que el mismo Arguiñano con las que sacarle partido a todo tipo de enjuague de los anteriormente citados y que los políticos, con sus congelados sueldos de 5.000 €, pobrecitos, y con la inspiración del espíritu santo en forma de palomo ladrón, perdón de nuevo, en forma de paloma, estaban preparados para gestionar cualquier crisis (¿qué crisis?) con una sonrisa y una divertidiiiiisima Fiesta de Exaltación al Guadalquivir, es un poner..
Pues no, como casi siempre estaba equivocado.
Andan los constructores llorando por las esquinas, como una “malpagá” cualquiera, para que “papá” Estado, es decir, nosotros, los parias de la tierra, la famélica legión, les pongamos al día las cuentas de sus queridas, sus agradaores, sus macarras, sus mamporreros y sus putas, los especuladores buscan sin encontrarlos esos árboles que talaron, con el fin de colgarse en primera línea de golf, los economistas de repente se me han hecho marxistas pata roja, línea D. Carlos, y no pata negra, línea Groucho, como eran hasta ayer no más y los políticos siguen sonriendo sin saber si inaugurar por octava vez un paseo marítimo cualquiera.
Pues eso, que con la ingenuidad propia de la edad, yo creía en todas esas cosas y tan tranquilo estaba en ese equilibrio que da la corrupción generalizada, pero visto lo visto y lo por ver, no me queda más remedio que declararme un talibán del escepticismo.
Yo creo que en este país nuestro, Ex-paña, y más aún en nuestra república del Guadalquivir, lo único que sigue funcionando son las hermandades con sus omnipresentes procesiones, las cosas de Nina y las tortillitas de camarones. ¡Anda que no!
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