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05 de Abril de 2009

Imagen activaSomos tan moralmente pobres que ya ni siquiera pedimos un trabajo digno sino un trabajo decente, para seguir siendo pobres pero honrados.

Gallardoski.-Hemos creado, seguramente entre todos, castas que se sienten con derecho a todo y esta certeza lleva a una infantilización de las personas que van por el mundo enseñando los morros y exigiendo con aspavientos de atildados caballeretes y señoreadas señoras, el libro de reclamaciones al guía que los pasea en camello por el desierto.

Envalentonados por conocer más o menos de oídas las excelencias garantistas de nuestro sistema, siempre arrojan su ira contra los más débiles, a los que no pueden dejar de considerar vagos, maleantes o tarados.

Esgrimen su “Yo pago mis impuestos” en cuanto tienen ocasión – habrá que ver qué impuestos pagan – y esta coartada moral les vale para atacar a sus enemigos naturales; los pobres.

Nunca se les ve ponerse iracundos con los accionistas mayoritarios, ni con los prestigiosos médicos de privadísimas consultas, ni con las grandes constructoras y sus jefes de negociado.

Para ellos tienen otros moditos, otras complicidades. Pero ¡ay! Del camarero con su contrato detritus que sirve el cóctel, si no es capaz de poner la puta aceituna en el lugar adecuado del mejunje. Será víctima de toda esa rabia, contenida entre sus brillantinas y permanentes.

Y el narcotraficante reconvertido en orondo hombre de negocios comprará con sus euros conciencias, vallas publicitarias y pancartas de partidos políticos, y será invitado al banquete aquel que Martí, llamaba de tiranos, mientras que el yonki que alimenta el timo de la prohibición con sus tribulaciones, sus mellas y sus pústulas de adicto, será perseguido por la policía total del desprecio.

Somos tan moralmente pobres que ya ni siquiera pedimos un trabajo digno sino un trabajo decente, para seguir siendo pobres pero honrados.

 O putas que además pagan la cama. ¿Dónde habrán puesto el libro de reclamaciones de esta farsa?

 
 
 
 

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