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MIGUEL HERNÁNDEZ
 
 
 
 
 
 
 
MIGUEL HERNÁNDEZ PDF Imprimir E-mail
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10 de Enero de 2010

Imagen activaEn este país tan trágico, en el que se canta a la muerte de un hombre desde los balcones, en el que desde los tendidos se jalea a un toro desangrado, en el que aún se busca la fosa del poeta, en el que el quejío es arte…yo quiero hablar de la vida.

 …que ya partí la careta a mi dolor,
 mi máscara de poeta sufridor.
(La Banda del Malandar)

Jota Siroco.-Yo quiero hablar de aquellos días en los que Miguel Hernández desconocía aún su trágico destino, de aquellos días en los que Ramón Sijé le dijo: “Miguel, vete a Madrid, aquí en Orihuela sólo irías agonizando lentamente”, de aquellos días en los que Miguel le hizo caso, llenó su maleta de cartón con todos los “silbos” de la aldea y llegó a la capital para darse de bruces con la ignorancia: “¡Rascacielos, qué risa, rascaleches…!”

Quiero hablar de ese Miguel Hernández “hijo de la luz”, no de las sombras; del Miguel Hernández con la herida del amor y de la vida, no de la muerte; de un Miguel Hernández no tiznado aún por la pena, no “umbrío por la pena, casi bruno”.

A cien años vista desde su nacimiento, yo quiero recordar su ilusión, sus ganas, su fuerza, su poesía de entrañas…al poeta cabrero de Cossio, al caragarbanzo de Neruda, al Miguel amigo/amante de Maruja Mallo en las riberas del Henares “mientras el resto de los poetas les breábamos con boñigas de vaca”, como cuenta su amigo Cela; al Miguel mitinero del Quinto Regimiento: “Compañeros, vivimos una época de sangre…campesinos, trabajadores, jornaleros, ¡Viva la República!, ¡Viva el Frente Popular!, ¡Abajo el fascismo!”; al Miguel que volvía a Cox y, como un diablo cojuelo, levantaba los tejados de sus casas para encontrarse cuanto antes con Josefina y “poblarle su vientre de amor y sementera”, para engendrar un hijo que naciera “con el puño cerrado envuelto en un clamor de victoria y guitarras”.

Lo siento, amigos, no tengo vocación de buitre y hace tiempo que me decomisaron la carnaza del llanto, y así no hay forma de ser bien recibido en los esplendorosos salones de la tragedia nacional. ¡Qué bien les sientan las lágrimas a los volatineros de la muerte, a los trágicos buscadores de huesos, a los apócrifos cantores de la pena negra!, Ay, ellos no lo saben, pero a mi hace tiempo que me duelen, como a Miguel, “en los cojones del alma”.

Adiós hermanos, camaradas y amigos, despedidme del mar y de los trigos

 
 
 
 

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