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06 de Septiembre de 2010
La deserción de la nao San Antonio  (Capítulo I)

José Glez Parada.-La mayoría de los sanluqueños sabemos que en la fachada del antiguo Ayuntamiento de Sanlúcar existe una lápida conmemorativa de la primera vuelta a la tierra de la nao Victoria y los nombres de los dieciocho tripulantes que volvieron a Sanlúcar  y cuyos acontecimientos fueron narrados por uno de sus tripulantes, Antonio de Pigaffeta. Pero hubo otros que, si no dieron la vuelta al mundo, si volvieron a España. Fue la nao San Antonio que llegó con 50 tripulantes reseñado más abajo –de los 51 que salieron desde el Estrecho de Magallanes-, engañando a las autoridades española después de desertar casi a media vuelta del mundo.

Las cinco naos habían salido de Sevilla el día  8 de agosto de 1.519 con rumbo a Sanlúcar de Barrameda desde donde habían de zarpar definitivamente, formando la expedición las siguientes naves:
Trinidad, capitaneada por el mismo Magallanes.
San Antonio, capitaneada por Juan de Cartagena, que había sido nombrado veedor de la armada y era hijo del obispo Fonseca.
Concepción, capitaneada por Gaspar de Quesada.
Victoria, cuyo capitán era Luís de Mendoza, asimismo tesorero de la Armada.
Santiago, bajo el mando del capitán Juan Serrano.
 
La tripulación estaba constituida por 265 hombres y su misión era llegar a Las Islas del Maluco por la vía de occidente cruzando el estrecho que separaba el Océano Atlántico de la Mar del Sur, cargar de especias y volver a Sevilla con la preciada carga, todo ello evitando meterse en agua y tierra conquistadas por los portugueses respetando el Tratado de Tordesilla y las bulas pontificias de Alejandro VI y los tratados entre los dos reinos –España y Portugal-, evitando por todo los medios cualquier tipo de enfrentamiento entre ellos.
 
El día 20 de septiembre de 1.519 salieron de Sanlúcar  navegando hacía el Suroeste donde el día 26 divisaron la Isla de Tenerife –llegando a la Isla del Hierro-, situada en los 28º de latitud Norte para acabar de abastecerse y tomar agua dulce.
Allí tuvo la visita  de un barco  con una carta urgente para Magallanes de sus amigos de España. El mensaje era alarmante: Juan de Cartagena, capitán de la nao San Antonio y los suyos, proyectaban amotinarse y matar al jefe. Magallanes decidió no hacer más de momento que vigilar de cerca a Cartagena. Confiaba en que, llegada la ocasión, su experiencia de soldado seria más que suficiente ante cualquier insubordinación.
 
El lunes 3 de octubre se hicieron  a la vela directamente al Sur. Pasaron entre Cabo Verde y sus islas, situadas en los 14° 30’ de latitud Norte, y  después de haber navegado muchos días a lo largo de la costa de Guinea, llegaron al grado 8º de latitud Norte, donde tuvieron que aguantar una  calma absoluta durante varios días, hasta que  al  fin se alzó el viento y los barcos reanudaron su camino.
Antes de la puesta del Sol, Magallanes hacía que sus capitanes se acercaran a la nao capitana y gritaran según se acostumbraba en aquella época: "Dios os salve, capitán general y señor, y a la tripulación del barco." Recordándole por este procedimiento,  quién era el que mandaba allí.
 
Un atardecer, el capitán de la San Antonio, en vez de gritar personalmente el saludo acostumbrado, mandó a su contramaestre, que se dirigió groseramente al capitán general llamándolo "capitán" a secas. Magallanes reprendió duramente al marinero, pero no hizo de momento nada contra Cartagena. Sin embargo, tres días después Cartagena declaró rotundamente ante Magallanes que ya no obedecería sus órdenes, los españoles querían saber cual era el rumbo a tomar, si las rutas de los portugueses o, las seguidas por Cristóbal Colón en sus viajes a américa, pero Magallanes no soltaba prenda, no quería dar más detalles. Esta rebelión abierta, era exactamente lo que Magallanes estaba esperando. Agarró a Cartagena por la chorrera y con voz de hielo hizo constar que el español era su prisionero. El rebelde quedó custodiado por otro oficial de la San Antonio y aquella tarde un nuevo capitán obediente, Antonio de Coca, dio el grito en su lugar a pesar de que éste fue también relevado más tarde por Álvaro de Mezquita.

 Después de pasar la línea equinoccial, enfilaron la proa hacia Tierra del  Brasil, en los 23° 30’ de latitud Sur. Los vientos favorables empujaban a los barcos a través del Atlántico y no tardaron en perfilarse en el horizonte las costas de Brasil. La flota navegó hacia el sur siguiendo las costas vestidas de selva y ancló a mediados de diciembre en la espléndida bahía donde más tarde se alzaría Río de Janeiro. Allí, Magallanes concedió a sus fatigados marineros un par de idílicas semanas en tierra.

 
 
 
 

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