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Katharine Lee Bates
 
 
 
 
 
 
 
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12 de Marzo de 2011
Katharine Lee Bates en Sanlúcar de Barrameda (1899)
Katharine Lee Bates, profesora de literatura y escritora estadounidense conocida por ser la autora del poema America The Beautiful, durante su viaje por España en 1899 visitó Sanlúcar de Barrameda. Dicha visita quedó recogida en su libro Spanish Highways and Byways (Carreteras y caminos de España), publicado en 1900, en el capítulo XI llamado “La ruta de las flotas de la plata”. En él la autora narra las experiencias que tuvo en su viaje desde Sevilla hasta Cádiz, dejando algunas impresiones de su breve estancia en Sanlúcar, que podemos conocer fácilmente gracias a la reciente publicación del libro Viajeras románticas en Andalucía. Una antología, que incluye una traducción parcial del libro de Bates.1 El fragmento en cuestión, relativo a Sanlúcar, es el siguiente:
 […] se iba a contemplar desde la proa el puerto, chiquito y blanco, de Bonanza.
Como el barco no pasaba de allí, tendría que emborronar mi ruta de la plata con un prosaico paréntesis en tierra. Pensar que Magallanes había esperado aquí a emprender la expedición que, desde Sevilla, circunvaló por vez primera el mundo, me sirvió de algún consuelo. Creo que recorrí las tres millas que hay entre Bonanza, o buen tiempo, y Sanlúcar de Barrameda en el mismo carruaje que Magallanes. Desde luego era de su época. Cuando monté sobre un vacilante asiento situado en medio del armazón de un coche al que soportaban dos chirriantes ruedas de madera y capotaba una serie de arcos rojos de bambú, de los que colgaban jirones de lona roja impermeable, no pude por menos de sentir una viva simpatía por Magallanes y sus sobresaltos de esperanza y terror. Los vaivenes resultaban de tal tortura que, para olvidarme de ellos, interrogué al conductor sobre el uso de este y aquel elemento de su desvencijada arca.
 
- Y ¿para qué son aquellas cuerdas de allá, las de la esquina? -fue mi última pregunta.
- Son para alar los ataúdes cuando conducimos un cortejo fúnebre al cementerio -me contestó mientras chasqueaba el látigo sobre la mula, increíblemente delgada, que nos arrastraba penosamente.
- Por favor, déjeme bajar y andar un rato -le rogué-. Usted puede llevar el equipaje e indicarme el camino de la posada, yo puedo ir casi tan rápido como la mula.
 
-¡Ay!, no -me rogó con un intenso patetismo-. Los forasteros siempre quieren llegar caminando a la posada y la gente se ríe de mi. Ya sé que mi carruaje no es muy bonito, pero es el único que hay en Bonanza. Hágame el favor de quedarse en el asiento un poco más de tiempo.
Acababa de salir despedida de él sólo un minuto antes, pero no podía rehusar sacrificar mi pobre comodidad corporal al orgullo del espíritu español.
 
A pesar de las agoreras predicciones de Don José, este fue el único contratiempo del viaje. Para conocer la absoluta honestidad, la cortesía y la dignidad del español de a pie, uno tiene que salirse de las rutas de los que buscan sólo paisajes. En las rutas turísticas más trilladas hay hoteles exorbitantes, guías avariciosos, comerciantes mezquinos y ejércitos de mendigos; por todos los sitios “manos codiciosas”. Pero aquí, en Sanlúcar, donde yo tenía que pasar veinticuatro horas en una auténtica fondaespañola, el propietario no se aprovechó de que yo fuera extranjera, mujer, y estuviese prácticamente encerrada en aquel lugar hasta que saliese el tren del sábado por la tarde; por el contrario, me dio una excelente habitación, un trato de lo más respetuoso y considerado, y la factura de hotel más barata que yo había visto en España.
 
Sanlúcar goza de mala fama, en la literatura clásica española, por sus picaros;2 pero según propia experiencia, Boston no hubiese podido ser más seguro y sí hubiera sido menos genial. Fui, por ejemplo, a una tiendita para comprar una pastilla de jabón y el propietario declinó vendérmela alegando que en otro sitio yo podría elegir entre una mayor variedad y mandó a su hijo, muchacho de unos dieciséis años, que me enseñase locales más de moda y mejor surtidos. Este joven me enseñó el apacible paseo marítimo de la ciudad, con sus filas de ventanas enrejadas sobresaliendo de las blancas fachadas de los edificios, los fuertes caballos de carga y los borricos cargados de naranjas, subiendo por las calles adoquinadas: y cuando yo, al volver a la puerta de la fonda, dudaba si ofrecerle una moneda de plata, se quitó la gorra con una sonrisa encantadora y me dijo que había sido un placer y que por eso, él no cobraba.
 
Una vez que se abandonan los circuitos de viaje regulares, sin embargo, hay que olvidarse de la rapidez. Yo podría haber ido de Sevilla a Cádiz, en tres horas; gracias a mi entusiasmo por la historia, me costó casi tres días. Tras escapar de Sanlúcar tuve que esperar cuatro horas en Jerez, otra población enjalbegada y con palmeras cuyos famosos vinos la han convertido en la tercera población más rica en España.
 
Ciento once años después de que Katharine Lee Bates escribiera estas breves palabras, inevitablemente, aún a riesgo de concederle demasiado crédito a la inseparable compañera de Katharine Coman, me pregunto ¿qué puedo reconocer de ellas en la Sanlúcar de hoy? ¿Que queda de aquella pequeña ciudad bajo andaluza en plena resaca del Desastre del 98? ¿Elpuerto, chiquito y blanco, de Bonanza? ¿El apacible paseo marítimo? ¿Losborricos cargados de naranjas? ¿Lascalles adoquinadas? ¿El trato respetuoso y considerado? ¿la factura más barata de España? ¿O quizá su seguridad y la injusta mala fama de sus pícaros? ¿Acaso es imposible que exista un matrimonio de Boston entre la Sanlúcar de hoy y la de siempre?
 
Antonio M. Romero Dorado
CECONOCA

1 EGEA FERNÁNDEZ-MONTESINOS, Alberto (coordinador). Viajeras románticas en Andalucía. Una antología. Centro de Estudios Andaluces, Consejería de la Presidencia de la Junta de Andalucía, Sevilla. 2008. ISBN 978-84-612-3423-3. Págs. 122-124. Los textos de Katharine Lee Bates son traducción de SANTAMARÍA LÓPEZ, José María, catedrático de traducción de la Universidad del País Vasco.
2La playa de Sanlúcar es nombrada por Cervantes en los capítulos II y III de la primera parte de El Quijote (1605), como un lugar de pícaros y ladrones: Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiantado paje...
 
 
 
 
 
 

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