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El club de las histéricas.... PARTE I
 
 
 
 
 
 
 
El club de las histéricas.... PARTE I PDF Imprimir E-mail
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18 de Junio de 2012
El club de las histéricas.Por favor, pase sin llamar
Primera reunión.-creo que lo que más me impactó al entrar por la puerta fue la nube de humo que flotaba sobre las cabezas de las demás “histéricas” en la sala. Todas tenían un cigarrillo en la mano. Todas, excepto una chica muy rubia y excesivamente delgada en un chándal azul de Tommy que miraba a las demás con cara de asco.
Lo siguiente que me impactó fue el contraste entre la imagen que te venden en televisión y la realidad. En las series más populares, todas las mujeres que acuden a estas cosas son chicas esbeltas, multiculturales, elegantes cada una a su manera y con ganas de apoyarse unas a otras.

En este caso, la realidad era más una imagen Dantesca de ese estereotipo que otra cosa. Es verdad que era multicultural, había mujeres de cada raza en el mundo… pero todas habían sufrido el efecto embriagador de la globalización y les habría venido bien repartir más equitativamente los kilos que tenían, porque a algunas les sobraban muchos y otras definitivamente necesitaban más.
No me hicieron ningún caso cuando entré en la sala y las miré como un niña recién llegada a la guardería.  ¡Pero si ni si quiera estaban hablando entre ellas! Todas fumaban con ansia en silencio, mirando al vacío.
Entonces escuché a mis espaldas una voz exageradamente entusiasta diciendo:
“¡Oh! ¿Pero qué tenemos aquí? Señoras, tenemos una nueva invitada a nuestro club.”
Cuando me dí la vuelta a ver de donde salía ese grito tan repipi, no pude evitar sonreír al haberme topado con el primer estereotipo cumplido desde que estaba allí. Stella era bajita, rubia platino y definitivamente se había pasado con el sol cuando era joven tanto como a su mediana edad se estaba pasando con el gimnasio.
“Querida, ¿Cómo te llamas? Y ¿Qué te trae a nuestro pequeño club?”- Sonrío y pude ver sus dientes brillantes de porcelana que parecían teclas de piano.
“Soy Carmen y…”
“¡Chicas… esta es Carmen! ¡Decidle hola a Carmen!”
“Hola, Carmen.”- Murmuraron al unisono.

“Vamos, chicas, no lo ha oído. ¡Otra vez! ¡Hola Carmen!”

“¡Hola Carmen!”- Repitieron más fuerte pero con la misma desgana.
“¡Estupendo!” – Stella me cogió por el brazo y me sentó en la silla vacía más cercana a ella.- “Bueno, vamos a empezar.”  Se puso las gafas de diseño que llevaba colgadas al cuello con una cadenita.- “Te vamos a explicar un poco la dinámica de nuestro grupillo.”
Alguien murmuró algo al final de la sala y Stella continuó hablando más fuerte, con tono de reproche, llamando al orden.
 
“En este club, nos ofrecemos apoyo unas a otras. Nos contamos nuestros problemas…” (“Ya empezamos con los problemas…que les gusta a esta gente un problema”- pensé) “… y entre todas intentamos calmarnos y llegar a una buena solución.”- Volvió a enseñar el teclado- “¿Alguna duda?”
“Si, ¿No está prohibido fumar en espacios públicos?”
Rió de una manera muy irritante.
 
“Pues si, pero el alcalde que es un EN-CAN-TO, nos ha hecho una excepción porque considera que es un medio necesario para que estas reuniones funcionen.”
“¿Qué marca fumas?”- Preguntó, cogiendo una caja de detrás suya donde había paquetes de todas las marcas.
“¿Tenéis tabaco de todas las marcas?” -Pregunté sorprendida.
“Claro, querida, estos programas los patrocinan las tabacaleras.”
Y sin hacer ni un comentario sobre todo lo que se me pasaba por la cabeza sobre la explotación de los males ajenos, la venta del alma a las grandes empresas, etc. cogí un paquete “gratis” de mi vicio habitual y empecé a escuchar ataques de histeria ajenos.
Tengo que admitir que cuando me tocó a mi, no me hizo ninguna gracia tener que contarle mi vida a esa pandilla de extrañas histéricas y depresivas.
 
Pero Stella me dio un por saco tan grande, además del peor tipo que te pueden dar, el entusiasta y supuestamente comprensivo, que acabé contándoles a esas amargadas el por qué de estar ahí sentada.
Creo que jamás he echado de menos a mis amigas tanto como en aquel momento, mientras escuchaba frases de motivación tan estándar y tan cliché. Mis amigas estarían muertas de la risa y rajando de estos personajes, señalando lo tristes que eran aquellas mujeres y lo falsa que era Stella.
Pero una pequeña voz, a la que yo intentaba por todos los medios acallar, me repetía “Si, pero tu también estás aquí y es por algo.”
 
Total, que entre la pesada de Stella y la voz (de la que ya me encargaría de acallar luego…) me convencieron de contar uno de los motivos de porque los dos hombres más influyentes  en mi vida a día de hoy me habían chantajeado para que viniese a esta jaula de grillos.
Todas estaban fumando, menos Rosmary (la medio anorexica/deportista) que seguía con su cara de asco patentada. Y como soy débil, pues admito que me encendí uno. Miré las caras de todas las presentes. Excepto Stella, que seguía con esa sonrisa de anuncio de dentífrico, todas me miraban con una cara de aburrimiento que habría echo que cualquier artista se retirara de su carrera y se dedicara a la vida contemplativa en medio de un bosque.
“No se que decir.”- Dije por primera vez con completa sinceridad.
“Cuéntanos, ¿Por qué estas aquí?”
“No lo sé.”
Por primera vez vi una pequeña sonrisa, o más bien, una relajación de la cara de tacón, de algunas de mis compañeras.
“Ninguna lo sabíamos cuando llegamos.”-Sonrió Stella- “A todas nos han obligado a venir nuestros psiquiatras, novios, maridos, amigos, jefes… ¿Quién te ha obligado a ti?”
Solté una carcajada. Me parecía increíble que esta señora, que bien podría haber sido la mujer de un presidente o la cabeza de una secta, admitiera abiertamente que eso que ella llamaba un club era más bien una papelera para mujeres con problemas de nervios a los que nos obligaban moralmente a ir los que nos tenían que aguantar.
 
“Mi marido… y mi jefe creen que necesito aprender controlar mis… impulsos emocionales.”
“Vamos, que te han dicho que eres una histérica.”
“Más o menos.”- Miraba al suelo mientras admitía esta ridícula realidad. Vi como mis compañeras ponían esa sonrisa que te nace en la cara cuando escuchas que a otra persona le ha pasado lo mismo que a ti y lo ve tan ridículo como tu.
 
“Señoras, por favor, que levante la mano a la que alguna vez la hayan llamado histérica.”- Dijo Stella, levantando el brazo con entusiasmo. El resto de las mujeres levantaron la mano desganadas, pero debo admitir que, aunque sea tonto,  me sentí consolada al ver que había más histéricas en el entorno que yo.
“Como ves, nuestro club no se llama así por gusto.” -La luz del sol se reflejaba en sus dientes blanco nuclear.- “Normalmente hay un momento o acontecimiento que desencadena todo este proceso.”
Le pegué otra calada a mi cigarro y, tras pensar unos segundos mirando al vacío, respondí- “Creo que fue el día que me enteré que estoy embarazada.”
 
Todas me miraron con alegría y luego con horror cuando le fui a pegar otra calada al cigarro.
De pronto, y no se exactamente como, se montó un revuelo sin sentido. En un segundo me vi como Stella me arrancaba, histérica, el cigarro de las manos y se apresuró a abrir las ventanas como si hubiesen tirado bombas de gas tóxico en el edificio. Por primera vez en toda la noche vi como le estaba costando mantener la sonrisa, era obvio que me quería pegar dos bofetones por no pensar en la salud de mi futuro hijo.
 
Todas las demás habían apagado sus cigarrillos en los vasos de café como si de barras de dinamita se tratasen y me miraban como a una asesina en el patíbulo. Murmurando entre ellas con desaprobación y recogiendo apresuradamente sus cosas.
 
“Bueno,”- dijo rápidamente Stella, intentando controlar el tono algo más agudo de su voz-”creo que por esta semana hemos terminado, señoras. La semana que viene continuaremos con nuestro debate.”
Todas se marcharon de la habitación murmurando. Stella había perdido por primera vez su sonrisa característica y mientras cerraba su caro bolso murmuró.
“Genial… Por supuesto, le tendré que explicar a nuestros patrocinadores el cambio de circunstancias… espero que no pase nada por unos meses…”-  Respiró hondo y me miró, volviendo a coser esa sonrisa a su cara- “Felicidades y bienvenida a nuestro pequeño grupo, Carmen.”
Y, sin más, se marchó. Sólo quedaba una persona en la habitación.
“Felicidades.”- Rosmary sonrió por primera vez -”Ah, y gracias.”
Se marchó y yo me quedé en la austera habitación, que obviamente no había sido reformada desde los ochenta, repasando los absurdos acontecimientos de la noche hasta que el bedel me avisó de que iban a apagar la luz.
 
 
 
 
 

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