Cuando la sangre ya no importa
Pepe Fernández.-Con esta diletancia, de hilvanar palabras para conseguir cierta coherencia y verosimilitud, que no acaba nunca, hoy quiero confesar en esta tribuna lo que en privado se me refuta al ser “juzgado y condenado” por aquellos que en mi clan familiar se erigen en juez y parte de la vida de sus allegados a los que de ninguna de las maneras pueden controlar haciéndolos partícipes de sus elucubraciones y paranoias personales.
Decía mi madre, nada nuevo bajo el sol, que son los hijos lo que más se quiere en este Mundo, que era cuestión de tiempo que todos los suyos comprobaran tal afirmación cuando la vida les diera la responsabilidad de engendrarlos, criarlos y educarlos.Igualmente afirmaba que un hijo no deja de ser un problema al que hay que darle solución todos los días de tu vida, porque para toda la vida son.Dos hijos dos problemas… ella tuvo ocho en esos tiempos donde la cantidad era la normalidad en la familia española incentivada por las políticas del dictador y la ausencia total de educación sexual además de la falta de los recursos sanitarios y médicos, tan necesarios como simples, de difícil acceso para la clase trabajadora.
Hace cuarenta y cinco días nació mi nieto en unas circunstancias tan difíciles para él y su madre que sólo la ciencia y la sanidad pública evitaron un fatal desenlace para alguno de ellos o ambos, y aunque no es esta la principal exposición de esta confesión pública, aprovecho para mostrar la admiración y respeto a todos los profesionales del Hospital de Jerez y a aquellos, principalmente, del hospital Virgen del Camino de nuestra ciudad.
Ellos y ellas durante más de quince días velaron por la salud de mi hija y actuaron en unas circunstancias tan difíciles como complejas para evitar consecuencias no deseadas en ella, que ahora sí está asumiendo poco a poco su papel de madre, todavía bajo la atenta y periódica vigilancia de los profesionales del Virgen del Camino en sus distintas y variadas disciplinas.
Son estos momentos de la vida cuanto todos mostramos o deberíamos mostrar esos sentimientos que nos hacen, a los humanos, diferentes a cualquier otro ser. Por eso, las muestras de afecto, apoyo y empatía se convierten en un arma poderosa para afrontar con más fuerza el problema sobrevenido que ponga en peligro la salud o la vida de uno de tus seres queridos.No nos han faltado nunca.Imposible enumerar- además de la familia- a todos los que se interesaron por las malas y adversas circunstancias por las que estábamos pasando y, aún todavía, siguen haciéndolo en este inconcluso episodio de nuestras vidas que a buen seguro tendrá su final más pronto que tarde.
Cuarenta y cinco días después del principio, sin embargo, confieso con vergüenza que una exigua parte de los que comparten conmigo la misma sangre no lo han hecho y es por eso que irremediablemente me viene a la memoria las palabras de nuestra común progenitora sobre el amor a los hijos… y a los nietos.
Duelen los hijos y mucho, tanto como saberse poseedor de unos apellidos que tienes que compartir con quienes viven anclados en el pasado del odio y el rencor, incapaces de afrontar las diferencias desde el respeto con el presunto ofensor, siempre al acecho de graves acontecimientos como éste para reafirmar sus enfermizos resquemores; patológicos desequilibrados emocionales que ejercen de ombligos del Mundo sin escatimar esfuerzos para perseverar en conductas tan mezquinas, retorcidas y degradantes que justifiquen sus delirantes actos contra natura, reiteradamente, contra éste y otros miembros y descendientes de su propia familia.
Sólo la compasión y la pena nos acongojan y acompañan al veros postrados, rendidos y entregados en el incansable ejercicio de tantas vilezas humanas que ensombrecen vuestras vidas.
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