La Ruta del Mosto de Sanlúcar o la pesadilla de una noche de sábado
Domingo López.-- Quillo, aquí puedes cagá! - la escatológica invitación, troglodítica, se oye a las cuatro y veinte de la madrugada en la calle Santiago, bramada a todo pulmón por una especie de orate con un cubata en las manos, miembro de una de las tribus borrachientas, tanto locales como foráneas, que peregrinan en las noches cafres de los sábados por las callejas históricas del barrio alto sanluqueño, consumando el etílico itinerario de la exitosa y desmadrante Ruta del Mosto. Desde la ventana de mi casa, como buen vecino insomne y atrincherado, veo estupefacto que, efectivamente, un fulano llega tambaleándose al penumbroso y desafortunado portal de la callejuela, deja el vaso cuidadosamente en la acera y allí mismo se baja los pantalones y defeca placenteramente una generosa mierda ante elcachondeo de la embriagada y jaranera manada de amigotes, algunos de los cuales aprovechan el tiempo muerto para mear caudalosamente sobre las puertas de las casas o en medio de la calle o bien regurgitan de manera desbordante todo el whisky de garrafón y el aguachirle pimplado.
Media hora antes, en el mismo lugar, dos mozalbetes bravucones, cual gallos de pelea, se habían enzarzado a gritos en un pugilato de beodos, azuzados por sus respectivos y mamados compinches mientras las consabidas y ebrias novias o amigas, lloraban cual plañideras y chillaban para que alguien, por amor de dios, los separara antes de que las criaturas se hicieran la mosqueta. Tras algunos empujones y varios que te mato, acabaron mentándose a sus respectivas madres, miraronse luego de soslayo, fuesen y no hubo nada, desapareciendo en la riada parrandera, en pos de otro abrevadero de alcohol matarratero, de otra raya de farlopa. Algunas botellas, ya vacías, estallan en las paredes de la bodega cercana, entre berridos estentóreos de júbilo mientras los coches, con el regatón a todo volumen, ponen la guinda de la banda sonora al general despiporre. Son las cinco y algo de la madrugada, estamos en el temido mes de noviembre y mascullo por lo bajini improperios en honor del espiritoso caldo sanluqueño y de los andobas que inventaron y fomentan este - presuntamente típico - cochambroso desmadre. Voy al baño, me miro los ojos enrojecidos en el espejo. Oigo voces abroncando y carcajadas patibularias. Me siento en el ordenador, escribo en google, por pura y malsana curiosidad, “Ruta del Mosto en Sanlúcar” y leo: La Ruta del Mosto de Sanlúcar nos traslada al mundo de tradiciones y sensaciones que ha estado ligado desde siempre a esta ciudad, impregnándola de olores y aromas…” No sé si reír a mandíbula batiente o llorar desconsolado. Al final, bostezando, escribo esto y me meto cual sonámbulo en la cama. Aún se oyen los gritos y cánticos - ¡¡Béticoooo el corazoooon!!! - de las hordas en retirada, de los últimos que, arrastrando la cogorza, se resisten a abandonar la farra. Duermo apenas unas horas. A las ocho, la ruidosa maquina de limpieza pasa con pachorra por la calle, seguida de la brigada del servicio de limpieza, que se afana en recoger cristales, bolsas, vasos y botellas y en baldear meadas, vomitonas y cagaleras. Suspiro. Ya pasó, me digo. Pero sé que aún quedan por delante un buen puñado de sábados.
|