Hoy le pregunté a una ballena
Hoy me acerqué hasta el espigón que se hunde mar adentro, allí donde las olas sepultan las piedras del rompiente bajo su espuma blanca.
Allí de pie, contemplando el hipnotizador vaivén de las olas frente a mí, apareció el chorro vertical de la respiración del aquel gran animal marino. De entre aquellas aguas atlánticas emergía el lomo de gris azulado de una hermosa ballena.
El animal se colocó junto al espigón evitando el oleaje rompiente, inmóvil me miraba con aquel gran ojo, así que descendí hasta las primeras rocas en el agua.
La contemple en su longitud, al menos lo que sobresalía del agua, pues la oscuridad de su silueta oculta por el agua del océano, hacia empalidecer. Hoy, hoy le pregunté a aquella ballena sobre una cuestión que me intrigaba.
─ ¿Por qué vais a morir a la orilla? ¿Por qué de tan angustiosa muerte?
Sinceramente, al cerrar la boca, no esperaba respuesta, era como las veces que acudía a la iglesia y hablaba con Dios, aunque solo obtenía por respuesta un prolongado e incómodo silencio. Pero hoy, allí, había algo distinto, no había respuesta pero tampoco silencio, el rumor de las olas rompiendo sobre las piedras eran en cierta forma las trompetas de los ángeles que anuncian la llegada de Dios, en este caso, de una de sus criaturas más hermosas en este planeta, la ballena.
─ ¡Tú, humano! ¡Tú que eres hombre! ¿Tú me vienes a interrogar al respecto de nuestro fin?
Resoplando una gran columna de agua y aire se elevó sobre su lomo unos metros, y prosiguió.
─ Pues bien, nuestra muerte no es más que un humilde gesto por la vergüenza ajena, que como mamíferos sentimos por vosotros como especie. Hablaréis en el futuro de la evolución de las especies, de su procreación. Incluso contaréis como nuestros machos nos llaman en la inmensidad de los océanos y nosotras acudimos a su llanto de pasión, de sensualidad, de sexualidad y así, si se tercia, procrearemos. Pero dime humano, ¿de vosotros que contaréis? ─Aquella pregunta quedó resonando en mi mente como un eco agudo, y permanecí pensativo.
─ ¿Qué contaréis, hombre? –volvió a preguntar- Qué contaréis a vuestras generaciones venideras sobre vuestros ritos de apareamiento, de conquistar, de agasajar a vuestras hembras, cuando prohibís, hoy, que el macho de vuestra especie, como el lobo en la manada se pueda insinuar públicamente a las hembras, con dignos elogios, piropos, guiños.
─ ¿Qué contaréis, hoy tú que me preguntas a mí?