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La comunión y el anticristo
 
 
 
 
 
 
 
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07 de Mayo de 2008

A las niñas se les viste de novias, como si se casaran con Jesucristo, y a los niños se les viste de hombres, de militares, de almirantes o de ejecutivos mocosos con corbata.

Imagen activaGallardoski.-Al final las niñas entienden que lo mejor que les puede pasar en la vida, es casarse con alguno de esos estereotipos de macho triunfador; almirante, militar o ejecutivo, y los niños si tuvieron algún devaneo homosexual, asumen que ya mismo habrá que empezar a ocultárselo a sus padres, que no los conciben más que como aguerridos militares, almirantes, etcétera…Jesucristo queda al margen de toda la escenificación primaveral, probablemente relegado a ser en el futuro una dulce compañía para los que creen, un negocio para los que viven de los que creen y un mítico hippi simpático para los más indulgentes de los agnósticos.

Amanecen estos días de fiesta con las calles habitadas por un enjambre de papás babeantes vestidos con sus mejores galas y de apetitosas mamás enseñando los últimos frutos de carne que los años han salvado del naufragio de la juventud. Los curas desde sus púlpitos hablan de la alegría que tienen que sentir los niños por entrar en un mundo de tinieblas, de ultratumba. Una alegría muy rara, porque basan los curas la mitad de su discurso o más, en la muerte, en los valles de lágrimas, en el gozo de ser humillados por un dios que pone a la humanidad en unos bretes, en unos aprietos existenciales que es que dan ganas de decirle; “deja ya las bromitas místicas Jehová, y ponte a currar por el bien de tus advenedizas criaturas”.

Cuando la excusa concluye, cuando termina la ceremonia eclesiástica esa, la peña se mete en una nave o en un restaurante de relativo postín, para celebrar algo; la edad del niño o de la niña, la comunión con nuestro señor Jesucristo, o el éxito económico de los progénitos en sus negocios que les permite decirles a los convecinos, amigos, aliados y familiares; mirad, pringadillos, observad cómo estoy criando a estos niños y los caprichos que toda la unidad familiar puede permitirse.

En la celebración, se obsequia a la peña con un opulento banquete, mientras el niño o la niña va deambulando vestidito de blanco como en una copla de Valderrama, por las mesas de los comensales, vendiéndoles – como las rumanas pero sin churretes y sin miseria- tonterías más o menos sacras. Ramitas de olivo, fotos con el infante en posición de éxtasis tipo Santa Teresa, viviendo sin vivir en ellos en plan actores de sí mismos, interpretando su papel profesionalmente.

En cuanto los comensales se han puesto hasta el culo de langostinos y de caña de lomo y ya van quitándose los nudos de la corbata, relajándose y liberando el tórax de manera que las barrigas ocultas por una vergüenza estética comienzan a manifestarse casi como una representación del mismísimo anticristo que viniera a nacer del estómago hinchado de un hombre colmado de viandas, vino tinto y cerveza, una especie de rumor espiritual recorre las mesas…pronto vendrá la tarta, la maldita tarta que nadie apetece, pero que nadie desdeña, y bien saben los expertos en estas frivolidades contemporáneas que tras la tarta vendrá el momento álgido de la jornada: los niños y las niñas irán a hacer el mono hasta fracturarse algún hueso, a un globo hinchable y los mayores acudirán a la barra a pedir combinados de güisqui con coca cola, o si ya son horteras expertos; JB con Seven Up, que es el Elixir mágico que pone a los catetos y catetas más recalcitrantes, cachondos perdidos y los lanza, como por arte de magia, a hacer el mono a la pista igual que los niños en el globo, con riesgo también de descoyuntarse algún hueso.

A estas alturas del jolgorio el anticristo ya se ha reencarnado vilmente en cada uno de los invitados. Todo el rigor, toda la contención que en la iglesia y con las canciones esas tan blandengues de acción de gracias que se fueron cantando, ha sido enviada directamente a hacer puñetas. Ahora, si llegase el cura, un cura en condiciones, no estos modernillos relativistas morales, sacaría su cruz y gritaría: ¡Vade retro, Satanás! Ante el espectáculo de los niños tirándose como bestias del globo (y tocándose levemente) como almas del averno y los padres sumidos en una orgía de alcohol, danzas medio africanas e insinuaciones de carnes, senos, y bultos cuarentones.¡No sé dónde vamos a llegar!

 
 
 
 

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