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26 de Diciembre de 2008
Imagen activaDesde que las liturgias religiosas fueron suplantadas por las liturgias del corte inglés y de la factoría Disney, nuestras ciudades se transforman en estos días en un gran centro comercial al que no le falta ni la música de fondo, que con esos niños cantores glosando en sus coplas la venida al mundo del Mesías puede sacar de quicio al más templado de los ciudadanos.

Gallardoski.-Hay mucha gente que detesta la orgía de celebraciones con que amenaza el calendario: . “La Navidad” , con toda su melancolía y su macedonia de empalagos y topicazos, con su vomitona consumista que enajena como una epidemia a casi toda la población.

¿Por qué entonces participamos de la farsa y guardamos las fiestas con más o menos entusiasmo? . Porque la Navidad es una constatación del fracaso o del éxito con que hemos ido caminando por el año.

Si nos fueron bien los negocios, serán dichosas nuestras salidas al mundo de las cajitas de colores y los lazos de papel acharolado. Los hijos lucirán, pues son nuestra imagen y semejanza, nuestro triunfo profesional por las aceras de la urbanización disparando como reporteros de guerra con sus cámaras digitales a todo lo que se mueva o encerrados en la penumbra de sus dormitorios manejando con habilidad de expertos los equipos informáticos.

Nuestros padres recibirán el éxito infame de ventas en las librerías “La verdad sobre la guerra civil contada por Ricardo de la Cierva” “Franco no era tan malo” o “Los dos mil ochocientos mejores ripios en lengua castellana” y nuestras madres camisones y batas que reciben con beatífica sonrisa otro año más.

Si nos ha ido como el culo durante el año. Si somos trabajadores con un horizonte laboral con más incógnitas que una legislatura de Zapatero, si somos parados de larga duración con el subsidio agonizante y las chapuzas perseguidas y fiscalizadas, la Navidad será otra sibilina forma con la que el sistema nos da por el culo y rubrica nuestra condición desgraciada y pobre.

Son estas fiestas, una constatación también, de las tristezas que el año nos ha ido deparando. Si en la familia – esa entelequia que conservamos temerosos de la soledad y el desarraigo- se han producido desgracias, defunciones o cismas, nos reuniremos en torno a la engalanada mesa acompañados de nuestra pena, nuestro rencor o nuestra desolación.

Ninguno de los comensales querrá estar junto a los otros, para todos será un compromiso que se asume con una mueca de resignación. La unidad familiar anfitriona, estará abrumada por los excesos gastronómicos y por el épico fregado que les espera tras la comilona.

Los sobrinos estarán pendientes de los regalos del tío rico y le reirán los chistes y le palmearán ensimismados en la corrupción del aguinaldo el inevitable fandango navideño.

El canto del pobre, del tío pobre, ya se sabe que está prohibido hasta en la más mísera tabernucha.

En definitiva, las fechas tan señaladas que se acercan son como todo en la vida; la adolescencia, el matrimonio, la paternidad o la jubilación. Se tendrá noche de paz si la cartera está llena o tiene, la cartera, capacidad de endeudamiento, se disfrutará de la noche de amor si las cartas que llegan de los bancos no son flagrantes amenazas de desahucio y se disfrutará de la estrella navideña y el árbol si Sevillana Endesa no nos corta el suministro, tras múltiples, y cada vez más obscenas advertencias, por falta de pago.

 
 
 
 

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