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Una flamenca guapa y de su casa
 
 
 
 
 
 
 
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08 de Febrero de 2009

Imagen activaEs posible que alguna noche también ella llegue a casa con una copa de más y quiera hacernos el amor con un deseo que no comprenderemos

Gallardoski.-Una flamenca guapa, de mirada luminosa y sonrisa complaciente. Que baile devota y casta a la luz de las candelas, siguiendo grácil el compás que nuestras palmas vayan, entre copita y copita, marcando. Que se afane porque no falte en el plato la comida y que cuide la intendencia de nuestra afable reunión. Que sea, por nuestros compadres, venerada sin lascivia y vean las otras hembras de la manada en ella, un ejemplo a seguir.

Que friegue grandes perolas tras la fiesta cojonuda, canturreando todavía una bella coplilla andaluza, y que adecente a las crías que desde tan tierna edad van asumiendo sus roles como si nada hubiera cambiado en este último siglo.

Una flamenca guapa, una mujer de su casa; y también la compañera que comprenda nuestros múltiples defectos, que asuma nuestros más inconfesables errores. Que reconforte con paños de agua fría nuestra convulsionada frente cuando vomitemos tras la fanfarria y los cantes. Y que finja –decentemente- cuando sobre ella ejerzamos nuestro derecho al sexo , voraces y babeantes de deseo.

Otras veces precisaremos ser comprendidos cuando la enojosa flaccidez del loado atributo, se empeñe crudamente en negar nuestra fanfarrona fama de mástiles genitales o cuando la precocidad ridícula de nuestros seminales suspiros expliquen la olimpiada de polvos con los que batimos cada noche, nuestro récord en la barra del bar.
Querremos oír de los labios de nuestra esclava conyugal, que los tristes gatillazos, son producto del estrés tan grande que sufrimos para poder así llevar a nuestro hogar un sueldo buenecito , que es el que consigue que ni a ella ni a los chiquillos les falta nunca de “ná” y vayan a comuniones, bodas y bautizos más bonitos que un San Luis.

Que no tenga ojos para el resto de los hombres. Que siga siendo nuestra Eva virginal en medio de la multitud y el caos. Que no sea capaz de distinguir entre nuestro agradecido estómago y el tórax casi insultante del vecino de sombrilla cuando vamos a la playa.
Que asuma la decadencia de su cuerpo, al que la época le exige una tersura y belleza nunca antes conocida en la historia, mientras nosotros seguimos celebrándonos como adolescentes frente a las chicas en flor, imbuidos por el mito de la fertilidad.

Que no cometa la imprudencia de buscar su propio placer, de leer sus propios libros, de fantasear con sus propios sueños lúbricos, de encontrar su espacio en el mundo, su círculo de amigos. De convertirse en una persona independiente.

Porque si así lo hace no sabremos administrar su libertad ni la nuestra. Si así lo hace es posible que alguna mañana no haya tenido tiempo de plancharnos la camisa.

Es posible que alguna noche también ella llegue a casa con una copa de más y quiera hacernos el amor con un deseo que no comprenderemos.
Es posible, en definitiva, que un buen día la guapa flamenca diga basta. Y se descubra a sí misma y le parezca que el maromo con el que comparte sus días no es tan estupendo, ni se merece tantas atenciones

 
 
 
 

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