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Yo acuso a la población, que no está indignada
 
 
 
 
 
 
 
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20 de Junio de 2012
"Yo acuso a la población... que no está indignada"
Luis Enrique Ibañez.- Sí, yo acuso solemnemente, y con toda la dureza de que soy capaz, a todos los ciudadanos que no se sienten indignados, que no están cabreados, que no levantan su voz, que no salen a la calle, que permanecen quietos, sentados en el sofá frente al televisor, enfangándose en la nauseabunda distracción con que el poder alimenta y narcotiza a todas las conciencias sin rabia, a todos las personas que no quieren ser molestadas con conversaciones molestas, a todos los que depositan su mirada displicente en el valor de los que gritan, a los que sonríen desde la nada cuando ven un atisbo de lucha, a los que creen que la cosa no va con ellos, a los que no oyen las campanas que también doblan por ellos.
Sí, les acuso formalmente de complicidad activa con ese 1% que está estafando a millones de personas, les hago responsables ciegos, pero responsables, de todo lo que está ocurriendo. Les acuso de mantener limpio, como criados sin orgullo, el tapete infernal donde ellos siguen jugando al póquer con las vidas de todos nosotros.

Porque hemos llegado al punto en que, unos más, otros menos, todos sabemos lo que está occurriendo. Y, por tanto, ya ha llegado el momento de afirmar, con toda la rotundidad, que la inacción ya no es una opción comprensible: constituye una forma especialmente eficaz de complicidad con el mal. Como ya se ha afirmado con frecuencia, aquellos que no hacen, que no dicen nada, no es que no sean un problema, es que forman parte del problema.

Los títeres del sistema, esos supuestos representantes políticos, ya se han dado cuenta, perfectamente, de que la población está (casi) partida en dos: ciudadanos críticos y airados, por un lado, y ciudadanos pasivos y resignados, por otro. Por ello han decidido descartar a los primeros como interlocutores válidos de su perverso discurso. Ahora solo dirigen sus mensajes, tan infantiles como manipuladores, al segundo grupo, con la idea de mantener, al menos, y eso es mucho, es demasiado, ese gran porcentaje de ciudadanos programados que siguen chapoteando en esa balsa espesa y maloliente de la inocencia más culpable... "Que si los funcionarios, el peso de la mano de obra, la falta de productividad, los abusos de los usuarios contra la seguridad social, la educación... Todos estos argumentos vociferados desde las "altas" (que no nobles) instancias... No nos engañemos o, mejor dicho, no nos dejemos engañar.
 
Todos estos ataques a diestro y siniestro, todas estas "tipiqueces", no pretenden ser un "tirar balones fuera" sino, más bien, un alimentar una masa de opinión pública que necesita de tópicos y argumentos mascados y no pensados por ellos mismos, una masa de opinión necesaria para que los que ostentan el poder, estén gobernando el país o no, puedan usarla como avanzadilla que extienda sus mentiras o como sicarios inconscientes de pensamiento, que les abran el camino para poder seguir campando a sus anchas antes nuestras propias narices. Es un acto consciente, perfectamente elaborado como estrategia para mantener sus posiciones de priviliegio, para desviar atenciones. Es, desde mi punto de vista, una actitud delictiva. Hay tantos falsos argumentos!!! pero jamás oiremos el verdadero." (1)

En los últimos meses hemos leído en numeroso artículos que "estamos regresando a la Edad Media". No obstante, siempre que se hacía esa afirmación era para para explicar, para ilustrar, la insoportable y continua pérdida de dignas condiciones laborales, de derechos sociales, etc. Nos parece, sin embargo, que aun siendo una imagen certera para esa necesaria argumentación, esa metáfora (no tan metáfora) de la regresión, del viaje acelerado al estado medieval, puede tener otra lectura, otra interpretación mucho más intensa y siniestra, mucho más nociva: la progresiva instalación en nuestras vidas, en nuestras conciencias, del concepto de resignación cristiana. En la Edad Media, los campesinos, los esclavos, estaban convencidos, gracias al constante bombardeo de discurso del poder, de que su vida tenía que ser así porque Dios así lo había querido, por un designio del cielo, y su imposible rebeldía quedaba totalmente bloqueada con la esperanza de una vida eterna mejor. Y, claro, la palabra, si es sagrada, no puede ser rebatida, no puede ser contestada, solo cabe aceptarla de forma sumisa, agachando la cabeza, y pidiendo perdón, pidiendo perdón por todo, incluso por haber tenido la tentación de pensar... o por haber querido vivir por encima de nuestras posibilidades, ¡por Dios!

Y es que, efectivamente, una nueva religiosidad, en su sentido más insano, se ha instalado entre nosotros, para fagocitar sin pausa toda posibilidad de sentido crítico, de rebeldía. Si antes la palabra sagrada era, sin tapujos, Dios, ahora sigue siendo la misma, solo que camuflada bajo grandes disfraces como Mercados, Crisis, Deuda Soberana, etc. Cambia la apariencia, Dios se adapta a los tiempos, pero su poder, gracias al temor de la pasividad diaria, sigue siendo el mismo. Y ahora ni siquiera nos ofrecen el balsámico engaño de una vida eterna mejor. Lo que nos ofrecen, aunque no lo queramos oír, es un viaje sin retorno a las alcantarillas del sistema. Y lo peor es que ese destino no es solo para nosotros: lo es también para nuestros hijos, para nuestros nietos... para todos los jóvenes que intentan crecer bajo el manto de nuestras palabras... ¿qué palabras nos quedan para poder ofrecérselas?

Parece que, en realidad, el Dogma domina nuestras vidas y no hace falta que provenga de ningún Vaticano. Su poder sigue siendo el mismo: una Verdad Indiscutible que no puede ser rebatida. Así parecen recibir la mayoría de los ciudadanos la informaciones, los mensajes enviados por los sacrosantos mercados, el Gran Oráculo ha hablado, solo podemos obedecer, no hay otra opción, debemos hacer lo que Dios ha ordenado, si no, su ira estallará en nuestra cara... y no nos damos cuenta de que, en realidad, todo ha estallado ya bajo nuestros pies.

Por eso acuso a todos los fieles que no quieren pensar, que solo quieren obedecer, que creen que los dioses han dispuesto nuestra miseria como si de otra plaga bíblica se tratase, que incluso creen que algo habremos hecho para merecer esto... mientras ese 1%, blandiendo palabras sagradas, amenazando con el apocalipsis, se orina encima de nosotros... que ya pisamos, aunque seamos incapaces de verlo, el infierno, aquí en la tierra.


Job, personaje de la Biblia

La Biblia es un libro, el Gran Libro de los Libros, que siempre ha provocado (y seguirá provocando) un enorme interés, no solo para los creyentes. En él podemos encontrar todo tipo de relatos, de géneros literarios, de mitos. Y los mitos, las parábolas de la Biblia, siguen ofreciéndonos ayuda para poder interpretar nuestra realidad más inmediata. Uno de los relatos que sigue atrayendo poderosamente mi atención es la historia de Job. Este personaje fue sometido por Satanás, con la autorización de Dios, a terribles pruebas para probar su fe. Era como si Dios y Satanás, juguetones ellos, se hubiesen echado una apuesta a costa del pobre Job. Ese desdichado (un rico ganadero, antes de que Dios y el Diablo se pusieran bravucones) tuvo que sufrir enfermedades, pobreza, el rechazo de su mujer, la muerte de sus hijos... Job aguanta, admite, todas las humillaciones, todos los sufrimientos... sin renegar de su fe, sin rechistar. Y al final es restituido a su situación inicial, incluso en mejores condiciones (2). Llama la atención la interpretación más oficial que impera en torno a este mito: la actitud de Job es una maravillosa prueba de su dignidad, de su entereza, frente a las adversidades.

Esa lectura consigue desquiciar en mí los pocos nervios que me quedan.

Porque todo depende del valor que le demos a las palabras, o, mejor, de quién es el amo de las palabras. Lo que algunos entienden como dignidad de Job, yo lo veo como indignidad.

Sobre todo cuando establecemos, inevitablemente, la trágica analogía con este presente desbocado. Al hacerlo, observamos, con tristeza y desesperación, cómo una gran parte de los ciudadanos (la mayoría) parecen haberse apuntado a un concurso loco en que el ganador será aquel que demuestre ser el mejor Job del mundo. Lo que al parecer no saben es que nunca van a ser restituidos a su situación anterior, y mucho menos en mejores condiciones... siguen obedeciendo al grito eterno de "Danzad, danzad, malditos".

Y mientras tanto, Dios y el Diablo, los que se llevan nuestra riqueza y sus lacayos, siguen jugando con todos nosotros.

Y Dios ha vuelto a hablar, esta vez en boca del FMI. Ha ordenado más sacrificios a los humanos españoles. Ha pedido que se suban los impuestos, que se incremente el IVA, que se bajen los salarios de los funcionarios, que se acelere el retraso de la edad de jubilación, que se reflexione (?) sobre las prestaciones sociales, las ayudas a los desempleados... Y las enseñanzas de la Biblia vuelven, otra vez. Los sacrificios humanos se visten de modernidad, pero no desaparecen. Debemos seguir haciendo ofrendas a Dios... al Dios Mercado que, voraz como él solo, no para de exigirnos manifestaciones de nuestra resignada claudicación. Al parecer, cuando Abraham estaba a punto de asesinar a su hijo Isaac como ofrenda, como muestra de su temor de Dios, justo en el último momento el mismo Dios detuvo la mano de Abraham... (3)

El sacrificio de Isaac, de Caravaggio

Aquí, ahora, nadie nos va a salvar en el último momento. Aquí todos vamos a terminar como la hija de Jefté, condenada a convertirse en sierva, en esclava, en eterna trabajadora, sin derechos, que se dedica a limpiar cualquier tabernáculo de mierda. (4)

Nuestra mísera creencia en palabras sagradas (FMI, Deuda Pública, Déficit, Rescate Bancario) nos lleva a la resignación cristiana y esta, a su vez, a la aceptación sumisa de cualquier sacrificio, a la insoportable asunción de nuestra condición de pecadores.

Esos pasos de razonamiento nublado nos convierten en esclavos. Y yo acuso a todo aquel que no se rebela.

Porque no nos estamos dando cuenta de que esta historia está siendo narrada por los malos de la película (sí, así de maniqueo). Y ellos han sabido, perfectamente, y desde el principio, que su estrategia debía estar basada en la inteligente y perversa construcción del relato. Un relato que es soportado inevitablemente por palabras que de forma inmediata quedan revestidas del carácter sagrado, carácter sagrado que, además, les permite anunciar, si nos las creemos, el Apocalipsis. Mark Goffman (guionista de la serie El ala oeste de la Casa Blanca) habló de esta cuestión del relato en una clase magistral que estaba impartiendo para futuros constructores de relatos, guionistas, etc. Contó que ante la crisis económica actual, la administración Bush construyó la historia del rescate bancario fundándola en el problema de los riesgos: "Todo está en riesgo si no se actúa; el fin toca a nuestra puerta si no socorremos a la banca" (5). ¡Ay, las palabras! Es curioso como estos impostores que, por supuesto, no habrán leído a los sofistas, a Gorgias y su Elogio a Helena, son asesorados fantásticamente sobre la capacidad de persuasión que dos o tres palabras, bien encadenadas, pueden tener... "...el fin toca a nuestra puerta..." Y, al parecer, cuando estos sonidos se instalan en nuestros oídos, a los pequeños hombrecitos no nos queda otra opción que permanecer arrodillados.

Una vez asentada la base del relato, este puede ser extendido, retorcido hasta el infinito. Y eso se hace a través de la regresión. Nos regresan a nuestra más inocente infancia para, una vez allí. seguir contándonos cuentos. Todos los cuentos de madrastras, de lobos, de cazadores, de brujas, etc. Pero eso sí, pervirtiendo la estructura interna y externa de todos los relatos. Ahora, junto a nuestra cama, no son nuestros padres los que nos leen en voz alta. Son todas las brujas, todos los lobos, los que nos leen cuentos que tratan de brujas y lobos.

En la película Gladiator, el emperador dialoga con Máximo y con tristeza le confiesa que ya no está claro por qué hay que continuar con la lucha. Máximo contesta: "Por Roma". Pero Marco Aurelio le explica que el significado de Roma se está diluyendo, pervirtiendo. Parece insinuar que ese concepto llevaba implícitas las ideas de progreso, de civilización, y que en ese momento, los destinos de esas palabras vagaban sin rumbo. Ahora, entre nosotros, está ocurriendo lo mismo con la palabra Democracia, su destino, su significado parece perdido en lontananza, víctima de las constantes adulteraciones, víctima de su continuo vaciamiento. El emperador quiso que Máximo fuese su sucesor, y no su hijo, heredero natural, porque sabía que este era un corrupto, y sabía que hundiría al pueblo en la miseria, mientras lo entretenía con el circo, con los gladiadores, con los espectáculos de masas que él había eliminado. Sabía que su hijo alimentaría los más bajos instintos de todos los romanos, los narcotizaría, para tenerlos distraídos y, así, manejar a su antojo el destino de todos, mientras la riqueza era para él, y la miseria para todos.

Nos está ocurriendo lo que Marco Aurelio temía. Estamos atiborrados de circo mientras la riqueza, creada por todos, cambia de manos.

Se hace insoportable oír a esos periodistas, deportivos o no, que no se cansan de hablar del maravilloso efecto analgésico que los triunfos de la selección producen en la sociedad española. Los españoles no necesitamos analgésicos que nos procuren la pérdida de la memoria inmediata. Lo que necesitamos son más punzadas de pensamiento que espoleen nuestro intelecto... al igual que los clavos que en la película Blade Runner se clavaba a sí mismo Nexus VI, para espabilarse, para no morir antes de haber acabado su misión: explicarle al hombre qué significa vivir con miedo, qué significa ser un esclavo.

Tenemos que despertar. Es hora de despertar. Es hora de plantarse.
 
 
 
Luis Enrique Ibáñez es profesor de Lengua y Literatura en el IES Cristóbal Colón y miembro del movimiento 15M de Sanlúcar de Barrameda.


NOTAS:
(1) Post en Facebook (Acampada Sanlúcar) de Pilar Coba
(2) La Biblia, Antiguo Testamento, Libro de Job
(3) La Biblia, Génesis 22, 1-19
(4) La Biblia, Jueces 11:39
(5) Storytelling: un arma de destrucción masiva, Miguel Roig Prats, en Triunfo y fracaso del capitalismo, Política & Psicoanálisis, Miguel Gómez Ediciones
 
 
 
 

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