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06 de Septiembre de 2013
La deserción de la nao San Antonio
José González Parada.- La mayoría de los sanluqueños sabemos que en la fachada del antiguo Ayuntamiento de Sanlúcar existe una lápida conmemorativa de la primera vuelta a la tierra de la nao Victoria y los nombres de los dieciocho tripulantes que volvieron a esta ciudad y cuyos acontecimientos fueron narrados por uno de sus tripulantes, Antonio de Pigafetta. Pero hubo otros que, si no dieron la vuelta al mundo, si volvieron a España. Fue la nao San Antonio que llegó con 50 tripulantes reseñado más abajo –de los 51 que salieron desde el Estrecho de Magallanes-, engañando a las autoridades española después de desertar casi a media vuelta del mundo.

Las cinco naos habían salido de Sevilla el día 8 de agosto de 1.519 con rumbo a Sanlúcar de Barrameda desde donde habían de zarpar definitivamente, formando la expedición las siguientes naves:
Trinidad, capitaneada por el mismo Magallanes.
San Antonio, capitaneada por Juan de Cartagena, que había sido nombrado veedor de la armada y era hijo del obispo Fonseca.
Concepción, capitaneada por Gaspar de Quesada.
Victoria, cuyo capitán era Luís de Mendoza, asimismo tesorero de la Armada.
Santiago, bajo el mando del capitán Juan Serrano.
La tripulación estaba constituida por 265 hombres y su misión era llegar a Las Islas del Maluco por la vía de occidente cruzando el estrecho que separaba el Océano Atlántico de la Mar del Sur, cargar de especias y volver a Sevilla con la preciada carga, todo ello evitando meterse en agua y tierra conquistadas por los portugueses respetando el Tratado de Tordesillas y las bulas pontificias de Alejandro VI y los tratados entre los dos reinos –España y Portugal-, evitando por todo los medios cualquier tipo de enfrentamiento entre ellos.
 
El día 20 de septiembre de 1.519 salieron de Sanlúcar navegando hacía el Suroeste donde el día 26 divisaron la Isla de Tenerife –llegando a la Isla del Hierro-, situada en los 28º de latitud Norte para acabar de abastecerse y tomar agua dulce.
Allí tuvo la visita de un barco con una carta urgente para Magallanes de sus amigos de España. El mensaje era alarmante: Juan de Cartagena, capitán de la nao San Antonio y los suyos, proyectaban amotinarse y matar al jefe. Magallanes decidió no hacer más de momento que vigilar de cerca a Cartagena. Confiaba en que, llegada la ocasión, su experiencia de soldado seria más que suficiente ante cualquier insubordinación. El lunes 3 de octubre se hicieron a la vela directamente al Sur. Pasaron entre Cabo Verde y sus islas, situadas en los 14° 30’ de latitud Norte, y después de haber navegado muchos días a lo largo de la costa de Guinea, llegaron al grado 8º de latitud Norte, donde tuvieron que aguantar una calma absoluta durante varios días, hasta que al fin se alzó el viento y los barcos reanudaron su camino.
 
Antes de la puesta del Sol, Magallanes hacía que sus capitanes se acercaran a la nao capitana y gritaran según se acostumbraba en aquella época: "Dios os salve, capitán general y señor, y a la tripulación del barco." Recordándole por este procedimiento, quién era el que mandaba allí.
Un atardecer, el capitán de la San Antonio, en vez de gritar personalmente el saludo acostumbrado, mandó a su contramaestre, que se dirigió groseramente al capitán general llamándolo "capitán" a secas. Magallanes reprendió duramente al marinero, pero no hizo de momento nada contra Cartagena. Sin embargo, tres días después Cartagena declaró rotundamente ante Magallanes que ya no obedecería sus órdenes, los españoles querían saber cual era el rumbo a tomar, si las rutas de los portugueses o, las seguidas por Cristóbal Colón en sus viajes a América, pero Magallanes no soltaba prenda, no quería dar más detalles.
 
Esta rebelión abierta, era exactamente lo que Magallanes estaba esperando. Agarró a Cartagena por la chorrera y con voz de hielo hizo constar que el español era su prisionero. El rebelde quedó custodiado por otro oficial del San Antonio y aquella tarde un nuevo capitán obediente, Antonio de Coca, dio el grito en su lugar a pesar de que éste fue también relevado más tarde por Álvaro de Mezquita. Después de pasar la línea equinoccial, enfilaron la proa hacia tierra del Brasil, en los 23° 30’ de latitud Sur. Los vientos favorables empujaban a los barcos a través del Atlántico y no tardaron en perfilarse en el horizonte las costas de Brasil.
 
La flota navegó hacia el sur siguiendo las costas vestidas de selva y ancló a mediados de diciembre en la espléndida bahía donde más tarde se alzaría Río de Janeiro. Allí, Magallanes concedió a sus fatigados marineros un par de idílicas semanas en tierra. El 13 de diciembre entraron en el puerto de Santa Lucía, y el 27, entre los adioses lacrimosos de las muchachas nativas, el capitán general ordenó a sus hombres levar anclas y poner rumbo al sur en busca del estrecho.
 
El primer día del año 1520 los vigías escrutaban la costa impenetrable de Brasil buscando señales del estrecho. Cundió la esperanza cuando, al cabo de dos semanas y 1200 millas de navegación, descubrieron un vasto canal al oeste, hacia la latitud donde todos los mapas situaban el estrecho. Pero el canal se estrechó en seguida, pues no era sino el estuario del río de la Plata. En enero de 1520, ya en el Río de la Plata, que había sido explorado en 1516 por Juan Díaz de Solís, Magallanes mandó explorar de todas formas el estuario para tener
plena convicción de que no era el estrecho que buscaba. La flota dedicó todo un mes a la exploración exhaustiva del Río de la Plata.
 
Continuando hacia el Sur, el 31 de marzo de 1520, víspera de Pascua de Flores, las cinco naos penetran en la Bahía de San Julián. El 1 de abril, domingo de Ramos, Magallanes invitó a los capitanes, oficiales y pilotos a una misa en tierra firme, siendo ésta la primera rezada en territorio actualmente argentino, para después agasajarlos con un gran almuerzo en la nave capitana. Aquí se puso de manifiesto la insubordinación que estaba incubándose, y algunos de los capitanes rehusaron concurrir a misa, incluso declinaron asimismo la invitación a la comida de camaradería.

Al inicio de la guardia de modorra, en la fría madrugada del 2 de abril, Juan de Cartagena y Gaspar de Quesada al mando de unos treinta hombres, logran el control de tres naos de la flota – La Concepción, la San Antonio y la Victoria-, quedando Magallanes con la Trinidad y la menor de las naos, la Santiago. Aquella misma tarde, Magallanes decide tomar la iniciativa y para ello redacta un mensaje al capitán de la Victoria, Luís de Mendoza, y le encarga al alguacil Espinosa que se lo lleve en mano, y que sea acompañado de cinco hombres armados secretamente, y Mendoza, ajeno a las intenciones de los portadores del mensaje, les facilita el acceso a bordo.
 
Espinosa es recibido en la cámara por Mendoza, y cuando éste se concentra en la lectura, el alguacil se lanza sobre él y lo apuñala repetidas veces, dándole muerte. De este modo Magallanes recupera la nao Victoria, consiguiendo el control de la situación poseyendo mayor capacidad de fuego que los insurrectos.
Magallanes, decidido a conquistar las otras dos naves, donde cae herido el maestre del San Antonio que, muere más tarde, el 15 de julio de 1520, toma por asalto esta nave capitaneada por Juan de Cartagena y más tarde depone las armas el capitán del Concepción, Gaspar de Quesada .
 
Magallanes, convertido en juez y fiscal condena a muerte a cuarenta hombres, aunque finalmente sólo ejecuta a Gaspar de Quesada que fue decapitado el 7 de abril de 1520 y destierra al capitán Juan de Cartagena y al clérigo Pero Sánchez de la Reina abandonándolo en la Isla de San Julián el 11 de agosto de 1.520.
El 4 de abril el Capitán General ordena el descuartizamiento de Mendoza, que había muerto a causa de las heridas recibidas durante el motín, y el día 7, el capitán Gaspar de Quesada era decapitado a mano de su propio criado, Luís de Molino, a quién Magallanes le conmutó la pena de muerte a condición de que ejecutara a su amo. Seguidamente el cadáver de Quesada también fue descuartizado.
 
Hay que mencionar que el día 27 de abril de 1520, un grumete de la nao Victoria –Antonio Varesa-, es acusado de sodomía y, juzgado por aquellos hombres, es echado al mar ahogándose.
Durante los cinco meses que permanecieron en el fondeadero de Puerto de San Julián, Magallanes mandó a la Santiago a reconocer la costa hacía el sur y el barco se perdió en una tormenta aunque se salvaron todos menos un grumete esclavo negro de Juan Serrano que murió ahogado el 22 de mayo de 1.520, e informaron a Magallanes de que habían encontrado un puerto más seguro y favorable y a el se dirigieron las cuatro naves el día 18 de octubre, día de San Lucas. Magallanes al mando de la Trinidad, Duarte Barbosa al mando de la Victoria, Álvaro Mezquita de la San Antonio llevando consigo al piloto Esteban Gómez y Juan Serrano, el náufrago afortunado en la Concepción, que le tocó ir costeando y reconociendo la costa.
 
El 21 de octubre, llegaron al Cabo de las Once mil Vírgenes, nombre que se le dio por ser el día de Santa Ursula y de sus compañeras, ordenando al Concepción y al San Antonio que se adelantasen y averiguaran aquella entrada del Cabo que a él le parecía una ensenada, quedándose la Trinidad y la Victoria en la amplia bahía.
Después de dos días de espera reconociendo aquellas costas, y pensando que la Concepción y la San Antonio habían naufragados debido al fuerte temporal que se había levantado la noche anterior, la vieron llegar con las velas combadas y los mástiles empavesadoshaciendo disparos de lombardas manifestando lo que ya no había duda, pues habían descubierto el Estrecho al que después se le dio el nombre de Magallanes.
 
Éste convocó a todos los capitanes, pilotos y demás personas con cargos importantes para informarles que seguirían hacían las islas Malucas (Molucas) a pesar de que los maestres le informaron –en particular Esteban Gómez-, que solamente tenían víveres para tres meses y que era la San Antonio la que llevaba la carga más importante; que sería más acertado volver a España, conseguir otra flota y así continuar de nuevo esta ruta, pero el comandante insistió en que después de tener hecho medio viaje, nadie iba a volverse, pues así lo habían decidido desde que salieron de España y no volverían de vacío.
 
II
Las cuatro carabelas habían entrado en el estrecho y se hallarían a la mitad de su recorrido, ancladas en uno de los abrigados puertos naturales, cuando Magallanes ordena un nuevo reconocimiento. El San Antonio y el Concepción avanzarían por el canal que se abría al sureste, acaso el Magdalena, o quizás el Gabriel, mientras la Trinidad y la Victoria se adelantarían por el canal del suroeste. Debían de reunirse de nuevo a los tres días en el punto de partida, pero solamente acudirían a la cita tres, faltaba el San Antonio.
El San Antonio inició cabalmente la exploración del canal, conforme a las instrucciones, adelantándose mucho al Concepción, que era menos velera, por lo que Serrano, en vez de seguirla, se quedó voltejeando a la entrada del aludido canal sureste, sin verla regresar.
 
Gómez, concertándose con el escribano Gerónimo Guerra y algunos marineros, esperó el momento oportuno para asumir el mando de la nave, consiguiéndolo después de una ardua pelea entre Mezquita y Gómez y haciéndolo prisionero después de quedar ambos heridos, el primero en la mano izquierda de una estocada y el segundo de otra en una pierna. Los rebeldes, desde un punto no bien establecido, se volvieron por el mismo camino que habían llegado bajo las órdenes de Guerra como capitán, dirigiéndose desde el Cabo Vírgenes a la Guinea.
 
Magallanes fondeó en una pequeña bahía que Pigafetta llama "río de las Sardinas", luego de haber comprobado que el brazo suroeste era la continuación del Estrecho. Allí se reunieron la Trinidad, la Victoria y la Concepción, no apareciendo la otra, cosa que no se quería explicar el capitán general, porque la parecía absurda esa deserción y porque los mejores y más abundantes abastecimientos estaban en el San Antonio.
 
El San Antonio llegaría a España con los 50 tripulantes abajo reflejados, informando a las autoridades que el resto de la flota había perecido en el intento de bordear el continente sudamericano y que ellos, los únicos supervivientes, se habían escapado de la muerte milagrosamente.
- Antonio de Acosta, escribano de la nao Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Agustín Bone, marinero del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Alonso del Puerto, grumete del San Antonio, regresó en ella.
- Alonso del Río, sobresaliente del San Antonio, regresó en ella.
- Álvaro de Mézquita, capitán del San Antonio, detenido por los amotinados, es regresado a España en la misma nave.
- Antón Flamenco, marinero del Santiago, regresó a España en el San Antonio.
- Antonio Hernández, embarcado en el San Antonio, regresó a España en ella.
- Bartolomé García, marinero del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Bernardo Calmeta, capitán del San Antonio, regresó con ella a España.
- Colín Baso, grumete del San Antonio, regresó a España en ella.
- Cristóbal García, marinero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Diego García, paje del San Antonio, regresó a España en ella.
- Diego Hernández, contramaestre del San Antonio, regresó a España en ella.
- Diego Rodríguez, paje del San Antonio, regresó a España con ella.
- Esteban Gómez, piloto del Trinidad, amotinados y devueltos a España en la nao San Antonio.
- Francisco, marinero del San Antonio, regresó a España con ella.
- Francisco de Angulo, sobresaliente del San Antonio, regresó a España en ella y es encarcelado por motín.
- Francisco del Molino, sobresaliente del Concepción, regresó a España en la San Antonio.
- Francisco Rodríguez, marinero del San Antonio, regresó a España en ella.
- García de Muñón, sobresaliente del San Antonio, regresó a España en ella.
- Gaspar Díaz, despensero del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Hernán Lorenzo, sobresaliente del Santiago, embarcado posteriormente en la San Antonio, regresó a España con ella.
- Jerónimo Guerra, escribano del San Antonio, amotinado, regresó a España en ella y es encarcelado.
- Juan de Chinchilla, sobresaliente del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juan de Francia, marinero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juan de León, sobresaliente del San Antonio, regresó a España con ella.
- Juan de Menchaca, ballestero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juan de Orue, grumete del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juan de Oviedo, tonelero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juan García, marinero del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Juan Gómez de Espinosa, sobresaliente del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juan Ortiz Gopegui, despensero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Juanes de Irán Iranza, grumete del San Antonio, regresó a España en ella.
- Lorenzo Corrut, lombardero del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Lorenzo, grumete del San Antonio, regresó a España en ella.
- Luis Martín, marinero del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Luis, grumete del San Antonio, regresó a España en ella.
- Maestre Jaques, lombardero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Martín de Aguirre, grumete del Concepción, regresó a España en la San Antonio.
- Martín de Goitisolo, calafate del San Antonio, regresó a España en ella.
- Miguel de Pravia, grumete del San Antonio, regresó a España en ella.
- Pedro Bello, grumete del Santiago, regresó a España en la San Antonio.
- Pedro de Bilbao, calafate del San Antonio, regresó a España en ella.
- Pedro de Laredo, marinero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Pedro de Olaverrieta, barbero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Pedro de Sartúa, carpintero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Pedro de Urrea, sobresaliente del San Antonio, regresó a España en ella.
- Pero Hernández, marinero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Roque Pelea, sobresaliente del San Antonio, regresó a España en ella.
- Simón de Axio, lombardero del San Antonio, regresó a España en ella.
- Hernando de Morales, marinero del San Antonio, amotinado, fallece en ella cuando regresaba a España.
En total 50 tripulantes, pertenecientes en su mayoría al San Antonio. También traía hombres de otras naos como del Concepción y el Santiago, ya desaparecida esta última por aquella fecha.
 
Los desertores llegarían a España diciendo que habían esperado en vano a aquel, en el sitio preestablecido para el reencuentro, sin dar con el resto de la armada, suponiendo que hubiesen perecido todos, pese a que ningún vestigio de naufragio autorizase tal hipótesis. Sólo al largar sus anclas en Sevilla la Victoria el 9 de septiembre de 1522, se supo la verdad.
 
La falsedad la había urdido en base al supuesto a que todos los seguidores de Magallanes habían perecido. Lo cierto es que Magallanes estuvo esperando al San Antonio durante cuatro días, vanamente. Serrano opinó que se habría perdido, a raíz de no haberle visto salir del canal en que se metiera a velas desplegadas, y la orden fue de buscarle donde quiera que estuviese. La Victoria llegó hasta la embocadura del Estrecho, con orden de plantar una bandera, en una eminencia cercana a cabo Vírgenes, si es que no se daba con los extraviados. Así lo hizo Duarte Barbosa, acaso en la cima del monte que lleva el nombre de Aymond, enterrado ahí dejó una olla que contenía la derrota a seguir por los tres navíos, haciéndose lo mismo en una isleta cercana a la Primera Angostura, la de los Leones.
 
Nada de eso vería Gómez, que ya había puesto muchas millas entre él y los que siguieron al capitán general.
Duarte Barbosa retornó sin noticia alguna y la armada siguió su derrotero, a través del Estrecho, primero y, en el Mar del Sur, después.
Después de recorrer 46.270 millas, y haber navegado durante 1.084 días, la nao Victoria al mando de Juan Sebastián Elcano, entraba en Sanlúcar de Barrameda el día 6 de septiembre de 1.522 con sólo 18 hombres, extenuados y enfermos, resto de los 265 que habían partido tres años antes menos 14 días. El día 9 llegaban a Sevilla. Los tripulantes de la San Antonio fueron juzgados y condenados por traidores una vez que se descubrió el engaño con el que habían llegado a España
 
 
 
 
 

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