Al salir del trabajo, Paseaba sin prisas viendo los escaparates que flanqueaban la avenida en dirección a mi coche, me detenía de vez en cuando escudriñando los artículos que estaban en los estantes, sin la más mínima intención de comprar. Casi al final del recorrido, allá en una esquina del enorme escaparate me llamo la atención un pantalón corto, “Capris” o como se llame, y me imagine a la parienta lo contenta que se iba a poner con el regalo, pues no se lo esperaría ya que no era santo ni cumpleaños de nadie, simplemente me gustó para ella. Así que sin más, me dirigí hacia la dependienta y le pedí los pantaloncitos de color rosita, (ese color nunca falla pensaba yo).
No me detuve ni en el bar a tomar café, simplemente quería llegar a casa con el regalo envuelto, queriendo ver su expresión de sorpresa.
Y si, vaya sorpresa que le di, lo contenta que se puso, tanto que se lo probó en ese momento. Salio sonriente y coqueta enseñándome sus curvas con su nuevo Capri, pero de repente puso una cara de asombro, sus ojos se abrían de par en par y su boca dibujaba un grito ahogado, (yo me cagué, que te pasa -le dije yo-, que no tengo una blusa para este pantalón, -me contestó-, vamos corriendo a ver si encuentro algo, antes de que cierren las tiendas -siguió diciendo-. Y allá vamos.
Tres horas nos llevamos visitando tiendas de ropa, zapato, de complementos….. Ya tenia el rostro congestionado, cansado de tanta retahíla de preguntas que no necesitaban respuesta, “Te gusta?”, “como me queda?”, “este no, verdad”, “este esta monísimo, verdad?”.
De camino a casa, con el animo exprimido, la sonrisa borrada, el banco
Con un par de ceros menos y un dolor de cabeza que no soporto, me decía yo mismo, “p-pero si yo solo quería darle un regalito”.