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El apolítico
 
 
 
 
 
 
 
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12 de Septiembre de 2014
“La indiferencia es el peso muerto de la historia” y el plomo en los zapatos de los que caminamos hacia la utopía.  (Gramsci)
Decía el comunista alemán Bertolt Brecht que “el peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las judías, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de las medicinas, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”. 
Y tenía razón, porque el apolítico, el “indiferente” (como diría Gramsci), consiente con su apatía las reformas laborales que abaratan su despido, las leyes hipotecarias que promueven su desahucio y las leyes fiscales regresivas que lo atosigan a impuestos que a su vez sirven para rescatar a los bancos, entre otras muchas cosas.

 
El apolítico no pelea, es dócil y se queda en casa y además, se mofa de los que luchan, ignorando que la jornada laboral de ocho horas de la que disfruta, que la asistencia sanitaria gratuita de la que se beneficia, que la educación pública gratuita que imparten a sus hijos, son logros (no concesiones), a los que el apolítico no renuncia, que provienen de la rebeldía y de las luchas –manifestaciones, huelgas, revoluciones, etc.- del pueblo que se conciencia políticamente, del pueblo que se posiciona, pueblo del que el apolítico forma parte, pese a que ni lo sepa.
 
El apolítico generaliza, “todos son iguales”; el apolítico no vota, “porque no sirve de nada”; el apolítico se queja de los políticos que roban y a la vez es capaz de decir sin reparos que él también robaría si estuviese en su lugar. El apolítico es carne de fascismo –último recurso del capital- porque la frontera entre la apolítica y la antipolítica es demasiado difusa.
 
El apolítico es incongruencia, contrasentido e ignorancia, porque el apolítico no sabe que si él no hace política, otros la harán por él y contra él y porque confundir su odio a los partidos políticos con el odio a la política no es más que una muestra de la fuerza hegemónica que la minoría poderosa –llámese clase dominante- ha cimentado y apuntalado en todos estos años y que no necesita ya de la coerción para vendar sus ojos, para taponar sus oídos y para tapar su boca.
 
El apolítico es hijo, y no lo sabe, de la clase dominante, del poder que impera; y tampoco sabe que su desidia y su ignorancia son indispensables para que dicha clase siga imperando y continúe ostentando el poder. No habrá esperanza para un pueblo mientras el apolítico, el indiferente, continúe manso en su ignorancia porque, como señalaba Gramsci, “la indiferencia es el peso muerto de la historia” y el plomo en los zapatos de los que caminamos hacia la utopía.
 
Cristian Sánchez es militanye del PCE y de IU 
 
 
 
 

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