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Las mentiras de los políticos
 
 
 
 
 
 
 
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03 de Marzo de 2015
"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos"
 Maestro Liendres.-A raíz de la reciente pantomima, sin entrar en sus contenidos, si es que lo tuvo, del estado de la nación, me acordé y busqué un artículo de Elvira Lindo en El País, en 2015, y que básicamente resumía en este párrafo:
"Hay un aburrimiento que se palpa, un hartazgo de los debates políticos, una sensación de que la política es algo que ocurre entre políticos y periodistas, retroalimentados en sus declaraciones y en las contestaciones a sus declaraciones. Y si bien no sería acertado ni justo decir que todos los políticos son iguales, hay mucha gente que los observa, los escucha a diario y se pregunta: ¿si no fueran políticos, para qué servirían?”
Mentiras, falsedades, engaños, teatralización, falta de respeto al ciudadano (los españoles); no tienen límite, es el de repetir tantas veces una mentira para que al final parezca una verdad, para su propio interés.
El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen como verdades, que el crimen parezca respetable y para darle consistencia a lo que es puro viento”. Son palabras del escritor y periodista George Orwell, que en su ensayo La política y la lengua inglesa (1946) las hacía extensivas “a todos los partidos políticos, desde los conservadores a los anarquistas.

Y es que la mentira, de ordinario un concepto ético, se convierte en política en una cuestión ideológica. Con frecuencia, los ciudadanos nos sentimos inclinados a justificar e incluso participar en las mentiras del político con quien sentimos afinidad ideológica, a quien perdonamos su embuste porque lo aducimos a esa actitud un tanto abstracta que denominamos sentido de Estado. “No hay ninguna duda de que mentir puede servir a los intereses nacionales de un país”, sentencia Mearsheimer. El problema potencial viene cuando los líderes dicen mentiras que ellos quieren hacer creer que sirven a los intereses de un país.
 
No vivimos en el infierno relativista que muchos pintan ni tampoco en una nube orwelliana. Mearsheimer, por el contrario, habla de una “cultura de la deshonestidad”, fomentada por un tipo concreto de mentira: la que un político cuenta a su propio pueblo. “Es un peligro muy serio, porque la confianza es algo esencial para que un país funcione eficientemente, especialmente si se trata de una democracia”.
Para que los políticos no mientan debemos transformar al elector; y para que el ciudadano nuevo brote, necesitamos mutar la educación. Pero cuando decimos: “debemos” ¿a quién nos referimos? Tenemos que terminar con la visión irresponsable de un mundo guiado por líderes mesiánicos; tenemos que concluir con el concepto parásito de que somos países ricos; tenemos que acabar con el guión dramático que nos afirma que el bienestar es tarea de pocos para goce de muchos. Tenemos que terminar  con la estupidez publicitaria de que la educación, la salud y la comunicación son gratuitas. Son costos que son asumidos por las imposiciones a los ciudadanos, puedan o no hacer frente a ellos.
Los políticos mienten porque queremos que nos mientan, no nos gusta que nos digan la verdad porque nos sobrecoge e infantilmente nos ocultamos bajo la escasa defensa de las sabanas de la cama, en un claro ejemplo de matiz derechista, que lo que no se ve no existe.
 La verdad exige conocimiento, esfuerzo, estudio, análisis y ¿quién está para tanto? Preferimos el quejido a la queja. Preferimos el recoger las posturas que más nos interesan a las que favorecen el bien común individual y no la media aritmética de ello. Si uno come un pollo y otro un pan, la macroeconomía nos dirá que la media es que cada español come medio pollo y medio pan.
Por mentir en otros países los políticos dimiten; no traspasan los límites de la ley y, si lo hicieran, están fuera de su cargo en un santiamén. Eso sucede porque la ciudadanía en esos países no tolera el robo, corrupción, mentira o abuso de sus libertades
 
El voto en blanco es una bofetada democrática a los poderes políticos ineptos y expresa la protesta ciudadana en las urnas cuando padece gobiernos insoportables, injustos y corruptos. Es un gesto democrático de rechazo a los políticos, partidos y programas, no al sistema. Conscientes del riesgo que representaría un voto en blanco masivo, los gestores de las actuales democracias no lo valoran, ni lo contabilizan, ni le otorgan plasmación alguna en las estructuras del poder. El voto en blanco es una censura casi inútil que sólo podemos realizar en las escasas ocasiones que se abren las urnas. Esta bitácora abraza dos objetivos principales: Valorar el peso del voto en blanco en las democracias avanzadas y permitir a los ciudadanos libres ejercer el derecho a la bofetada democrática de manera permanente, a través de la difusión de información, opinión y análisis, según Francisco Rubiales en su blog www.votoenblanco.com/que les animo a leer.
 
"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el coste de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales". Bertolt Brecht
Y yo también soy culpable.
Maestro Liendres                                                                     Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
 
 
 
 

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