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Piensos Sánders: Barcelona‑Morón
 
 
 
 
 
 
 
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02 de Junio de 2015
"La competición de Copa la pagan, faltaría más, la afición y los equipos. Y es el Estado el que, al ponerle el nombre del Rey con el rey presidiendo y con el himno sonando, quien está politizando el deporte, y no al revés"
Pienso es alimento seco para el ganado. Los piensos más famosos en una época fueron los piensos Sánders. Aprovechando la homofonía, hemos llamado Piensos Sánders a las ideas o pensamientos montados o argumentados por quienes nos gobiernan como si fuésemos cerdos que nos tragamos cualquier cosa que nos echen. En días menos irascibles, a este modo de razonar, a favor del poder y en contra de nuestros propios intereses, lo hemos llamado también pensamiento débil, por oposición al pensamiento crítico, que sería el fuerte. Ocurre que, si ustedes buscan pensamiento débil en Google, lo primero que encuentran es el pensiero debole, concepto de Gianni Vattimo, que frente a una lógica férrea y unívoca, da libre curso a la interpretación; frente a una política monolítica y vertical, a la necesidad de apoyar a los movimientos sociales trasversales; frente a la soberbia de la vanguardia artística, a la recuperación de un arte popular y plural; y frente a una Europa etnocéntrica, a una visión mundial de las culturas.

O sea que, en principio, el pensamiento débil debería caernos bastante bien. Sin embargo, a ver si este artículo tiene éxito y tantos megusta en internet, que entre todos logramos que Google ponga por delante del pensiero debole el pensamiento débil entendido como razonamiento tóxico que sigue y obedece los lenguajes de la dominación, ideología para cerdos, sin ánimo de ofender a quienes caen, sin querer, en él, sino a quienes, queriendo y a propósito, alientan ideas basura en la buena gente, hasta hacerla peor o más canalla.
Muestras del pensamiento débil hemos tenido dos este fin de semana. Una decía, de la pitada en el Camp Nou, que Bilbao y Barcelona, si no les gustaba la Copa del Rey, que no la hubieran jugado. Otra decía, de la ampliación de la base de Morón de la Frontera con más marines y más aviones, que qué bueno para el pueblo y vecindario. A los del Rey, hay que responderles que la copa podría llamarse simplemente Copa o Copa de España, que seguiría siendo lo mismo. Acusar de incoherencia a la parte nacionalista de las hinchadas del Barça y del Athlétic es como acusar de incoherencia a una persona de ideas republicanas por acudir a la biblioteca Infanta Elena o por visitar el museo Reina Sofía. La competición de Copa la pagan, faltaría más, la afición y los equipos. Y es el Estado el que, al ponerle el nombre del Rey con el rey presidiendo y con el himno sonando, quien está politizando el deporte, y no al revés. Recuerden los pensadores débiles que himno y rey están ahí porque los impuso Franco y los refrendó la Constitución de 1978, todo materia histórica discutible, no historia sagrada. En cuanto a Morón, es débil, pero se comprende, la idea que comparten muchos vecinos de que a más marines, más dinerito para el pueblo. Lo que no es débil, sino perverso y ruin, es someter a los pueblos a semejante dilema: o más militares o más miseria. Y, especialmente, presentar, como presentaron los telediarios de la Primera, el día de puertas abiertas en la Base como un parque temático o una isla mágica para disfrute de la infancia. Si se regula el acceso de menores al alcohol o a espectáculos públicos, no se entiende que no se regule la apología de las armas y maquinaria bélica. Luego, nos extrañaremos el día que un yihadista bomba y suicida aparezca por la zona o que un adolescente zumbado provoque una matanza en su colegio. El empeño de los telediarios por llamar violencia a una pitada y gran día de fiesta a tan malas noticias para la paz y la neutralidad, demuestra la complicidad de la clase periodística con la clase política, a la que, se supone, el periodismo libre tendría que criticar. O es que los telediarios se cuecen en Madrid, donde no se jugó la final porque el Real Madrid, tan patriota él, no quiso ceder su estadio, o es que seguimos en Bienvenido, Míster Marshall.
Daniel Lebrato
 
 
 
 

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