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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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04 de Febrero de 2018
Las campanadas
José Antonio Córdoba.No son precisamente aquellas de las doce uvas, cuando como fanáticos y dementes nos plantamos frente a la pantalla de televisión, o acudimos en masa a la plaza del pueblo a reivindicar nuestro incivismo colectivo. No. No son esas campanadas.
Uno que es de pensar poco, pues si le diera más libertad a mi mente acabaría dentro de eso que llaman “Zivilgesellschaft” A poco que salgo a caminar me voy encontrando elementos por las calles de esta villa, que me traen a la mente esa octavilla que presentaron aquellos de “Zivilgesellschaft” donde no es más que una mera recopilación de etiquetadas intencionalidades  para “que el Ayuntamiento lo haga y lo pague to”, y de “subvenciones pal jardín de mi asociación”, donde uno sigue sin ver  eso de “Zivilgesellschaft”. Como decía, sales a caminar te encontrándote elementos que si son parte de nuestra historia, de “Zivilgesellschaft”, de la vida de este rincón donde el langostino no veranea en Madagascar y la manzanilla no es una manzana diminuta. Sanlúcar debería de ser una referente más, además de para comer y broncearse al sol.

Ya me “liao”. A ver… Eso. Caminando, decía, te vas encontrando con elementos que llaman la atención no solo por su relevancia histórica a nivel local, sino por la foránea. No hace mucho estuve por el Palacio de Orleans-Borbón, y resulta lamentable, por no decir, verdaderamente vergonzoso que estos de “Zivilgesellschaft”, no recojan la puesta en valor de dicho inmueble, con medidas que busquen reparar ese edificio, ya no solo sus muros perimetrales, si no otros elementos del lugar como la antigua biblioteca con esas cubiertas en ruinas. Y si entramos en la Merced, ni Dios la salva.
 
Pero esta tarde, y después de haber pasado tantas veces por su vera haciéndome  siempre la misma pregunta: ¿Cuándo tañerán de nuevo tus fantasmales campanas? Por respuesta, el mudo silencio de un badajo fantasmal o, una foto vacía. Quizás sea mi ignorancia en estas lindes de la cultura, de la historia, que marquen este romanticismo por aquellos lugares que en sus piedras aún queda algo de aquel tiempo, que ahora pretendemos vender hipócritamente como de Grandes hombres y mujeres. ¡Y lo fueron!, pues su huella perdura, pero aquí, antes como ahora solo predomina la envidia por haber querido hacer lo que otros hicieron aún a costa de sus vidas, para regresar a casa y en el mejor de los casos recibir un vaso de vino como pago a todo esfuerzo y dedicación.
En mi Facebook acompañaré estas letras con algunas fotos, de elementos que ya hemos hecho cotidianos en nuestro deambular callejero.
 
Seguramente y como viene siendo habitual, le cargaremos las responsabilidades a otros. Como dice alguien normal: “Movilizan países enteros por unos pozos petrolíferos, pero ni un dedo por atrocidades como las cometidas por los talibanes contra monumentos históricos” o algo parecido. Aquí en eso de la cultura, solo nos diferencia de los talibanes la situación geográfica. Quizás ellos tenga incluso un punto de objetividad, ya que ellos van hasta el monumento, nosotros pecamos por desidia.
Hoy me refiero a esa iglesia de San Francisco, esa torre vacía cual espectro, pero que a la vez enamora al bañarse con los rayos dorados de nuestro bello atardecer…
 
 
 
 
 

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