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Otro arboricidio impune
 
 
 
 
 
 
 
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19 de Noviembre de 2008

Imagen activaA las cinco de la Tarde.

José Luis Zarazaga Pérez-Aunque uno al leer tan emotivo titular piense inmediatamente en la obra cumbre de Federico García Lorca, no voy a disertar en estos momentos, aunque me gustaría bastante, sobre literatura y la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Mis tertulias literarias las reservo para un gran amigo que suele darme lecciones sobre dicha materia y sobre el que mantengo el grato placer de haber hecho referencia en alguno de mis dúctiles artículos.

 Miren ustedes, por donde pienso comenzar hablando de Gregorio Mendel. Como todos ustedes tendrán conocimiento fue un monje que descubrió las leyes que gobiernan  la herencia biológica y propuso  que en los organismos existirían unos factores  o elementos (los genes), que transportarían  la herencia de generación en generación. Me dirán ustedes: ¿de que estará hablando este?, ¿a las cinco de la tarde?, ¿Gregorio Mendel y los genes?.

Pues muy sencillo, he descubierto unos genes que se transmiten en cada generación política. Se podrían definir como los genes de la mala leche y del arboricidio. Se ha transmitido toda la secuencia génica. Durante dos legislaturas nos hemos estado quejando sin lograr parar tamaña barbarie, del arboricidio urbano más salvaje que había existido hasta la fecha.

Se llegaron a talar dos eucaliptos centenarios, sin ningún informe medioambiental, simplemente porque a la empresa que gestiona el Castillo de Santiago le parecía que afeaba el entorno, se talaron todas las moreras que había en la Plaza de la Paz, salvándose algunos ejemplares gracias a la intervención de un hostelero de la zona. Hemos perdido todo tipo de árboles singulares y cuando parecía que estaba llegando el cambio, se produce la  transmisión de dicha información génica y vuelta a empezar. Esperemos que no prospere la idea de crear un aparcamiento subterráneo en la Plaza del Pradillo, a ver cual es la excusa que dan para acabar con la vida de dos Araucarias centenarias.

   Ayer, a las cinco de la tarde, hora símbolo de la muerte por excelencia, una horda furiosa, acompañada de una grúa; cargada de hachas y sierras, estableció cual iba a ser su próxima victima. Era una plaza inocente, umbría, cuyos árboles altos y espesos parecían las columnas de un templo en construcción. Templo dedicado a la vida, que a la hora que escribo este artículo ha pasado a transformarse en el más triste de los cementerios.

No se trata de los brachichyton que han talado en la Calle Torrente, se trata de una pequeña plaza pública, situada en la Calle Padre Cuevas y que siempre pasaba desapercibida para el resto de los mortales. Dichos árboles, a los cuales he visto crecer desde un privilegiado balcón, solo cometieron un crimen, crecer y dar sombra en los días calurosos.

   No se cual fue el motivo que me arrastró hacia el  balcón a las cinco de la tarde, tal vez fue el grito atronador de una sierra lo que me impulsó a asomarme, como si estuviera en las gradas de la Plaza presencié las primeras embestidas, pasaron por  mi mente las imágenes de una juventud cruelmente asesinada (no habían cumplido aún su mayoría de edad). Al Igual que Federico, que vio correr  la sangre en la plaza, yo vi correr su savia, era la sangre derramada, escuché sus tristes lamentos y al igual que huesos sus ramas quebradas. En esos momentos sentí mi alma descoyuntada. Se me secaron las lágrimas, intenté gritar “Hijos de Puta que estáis haciendo”, pero mi mente nublada no pudo permitir que dijera nada.

Personalmente, tenía la esperanza de que algo hubiera cambiado, pero tengo que creer aunque sea ateo, que la Esperanza se viste de verde, pero se vende al mejor postor.

Se nos ha ido prometiendo en estos últimos meses que la solución a todos los problemas ambientales que aquejan a Sanlúcar se iban a solucionar con las medidas acordadas en la Agenda 21 Local, ciertamente parece que la ha redactado el Bush de los cojones, pues han copiado la idea de que si talamos todos los árboles acabamos con los incendios, en este caso con los problemas del acerado.

Humildemente pediría a mis amigos los ecologistas, ya que a nuestros aprendices de  político no puedo pedirles que respeten los pocos árboles que nos quedan; ya que se pasan todo lo que prometen por el forro del sobaco, que si son parte integrante de dicha Agenda o Consejo Local de Medio Ambiente, que por favor dimitan. Aún me queda una pequeña dosis de esperanza y es que sigamos luchando por concienciar a la sociedad sobre la importancia de preservar nuestro medio ambiente.

A las cinco de la tarde me surge el siguiente dilema: “amigos ecologistas, si sois conscientes y habéis callado, sois igual de culpables de dicho asesinato; si por el contrario no se os ha consultado, es que sois marionetas al servicio de lo que ya había sido acordado”.

     Triste dilema, como diría José María Gironella: “Los Cipreses Creen en Dios”, pero yo ya no creo nada.

    In Memoriam.

                                

 
 
 
 

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