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23 de Septiembre de 2018
Viva mi dueño
"Quizás sería deseable que algún día promulguen una ley para facilitar a todos aquellos que, harto de los políticos, jerarcas, purpurados y empresarios, y sobre todo, asqueado de sus conciudadanos, quieran dejar de serlo"
El viejo del Asilo*.-Este ha sido siempre, y lo sigue y seguirá siendo, un país ruin, de gente mal pensada, bravucona y sobre todo, dada a la diligente genuflexión ante el poderoso, sea un jefe, un político o un simple adlátere del amo de turno, una tierra de siervos en busca de una mano que, por un puñado de calderilla o una loa, le acaricie el lomo o le llene de mendrugos el estómago agradecido. Este, tristemente, es un país de zalameros, de aplaudidores, de arrimeros, sea a una cofradía, a un partido político o a un empresario, lo que cuenta es sacar la cabeza por encima de los demás y de paso pisársela al primero que se tercie, a cualquiera que, igual de pobre y mezquino, pueda arramblar con las migajas de la mesa. Lo importante no es conseguir unas palmadas en la espalda o triunfar de pacotilla, sino que el prójimo, el otro se joda o reviente.
Desde los tiempos de la Reconquista, ya lleva en los genes la envidia, la sinrazón, el navajeo característico de la raza que no piensa sino que embiste, que enseguida abre la boca para que salte, tóxico, el exabrupto disuasorio y vilipendiador, que no usa jamás sus propias facultades de discernimiento, que se vanagloria y apunta gozosa al escarnio, siempre prestos a oír el grito de firmes, el grito de apunten, el grito de fuego. Un país de mamporreros codiciosos, orgullosos e ignorantes, que hacen suya, como el mulo con anteojeras, la voz interesada del periodista caradura que vilipendia y miente y envenena desde un programa de radio de la iglesia, haciendo suyo a la vez el jarreo encaminador del amo, la orden adoctrinante del mandamás que, temeroso de perder sus riquezas y privilegios, maneja el cotarro tocado por la mitra o tras un despacho de la patronal o, más miserable aún, tras un escaño o tras el sillón de una concejalía. Las mierdas propias no se ocultan, en un arranque patrio de altanería escatológica se arrojan a la cara del que denuncia, se le calumnia, tú más. Y si no se pueden tirar, se ocultan bajo un manto de silencio o condescendencia, es que somos así metiendo la mano, son humanos o quién pudiera, sean sinvergüenzas pederastas con sotana o ladrones de guante blanco. Quien tiene la sartén por el mango no necesita cocinar, hay toda una legión de muertos de hambre que ya le preparan la mesa. Sé de camareros, por ejemplo, que trabajan doce horas, explotados y mal pagados, y en charlas de barra defienden y votan al partido corrupto que puso en práctica una reforma laboral infame porque se tragan las manipulaciones interesadas de los periodistas a sueldo del poder que, en la televisión, radio o prensa, controla los principales medios de comunicación. Gente que sale a la calle a partirse la cara, gritando como orates y ondeando banderas, por los colores de un equipo de futbol que ni siquiera pertenece a sus socios y que en cambio ni se les pasa por la cabeza hueca moverse de su sillón, no ya para asistir a la manifestación del 1º de Mayo, sino ni siquiera para protestar por la incompetencia y el saqueo gubernativo o el desmantelamiento interesado de los servicios públicos o reivindicar sus más elementales derechos. Aquí cualquiera masculla denuestos con dos cojones y opina, por cuenta ajena, concluyentemente de todo, engrilletado en su soberbia y su burricie. Si los españoles hablásemos sólo de lo que sabemos, se generaría un inmenso silencio, que podríamos aprovechar para el estudio, decía Azaña. O para informarse mejor, o para pensar y deducir sin buscar otra contraprestación que la propia dignidad de saber la verdad. ¿Dónde queda pues el trabajador honesto que separa la paja del grano, que no olvida las tropelías, atrocidades y abusos de los poderosos, que saca sus propias conclusiones, que no comulga con ruedas de molino? ¿Será cierto, por lo tanto, que el símbolo de estos tiempos sea ese ciudadano medio, generalmente precarizado, que está dispuesto a tragar con cualquier bajeza política o moral con tal de no perder, aunque sea a costa de agachar la cabeza, el tren del consumismo, su particular sustento de felicidad, ese que le da sentido a su vida? Este ha sido y será siempre un país de gente olvidadiza y cacareante por asimilación, dado a contemporizar, a la autocomplacencia, a dejarse engañar. Español es aquel que no puede ser otra cosa, decía también, trágicamente, Cánovas del Castillo. Quizás sería deseable que algún día promulguen una ley para facilitar a todos aquellos que, harto de los políticos, jerarcas, purpurados y empresarios, y sobre todo, asqueado de sus conciudadanos, quieran dejar de serlo.
 


¨*El seudónimo de "El viejo del Asilo"  corresponde a un/a colaborador/a de SD de filiación conocida por este portal digital.
 

 
 
 
 

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