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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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10 de Marzo de 2019
A mi hija
La primera vez que te tuve ante mis ojos, con la sorpresa de ser nuevamente padre, una sonrisa afloró en mis labios al verte allí, con esa luz calórica roja, dando a tu cuerpecito desnudo esa tonalidad anaranjada, con todos tus poros erizados, eso que dan en llamar “piel de gallina”, esa imagen quedó impregnada en mi olvidadiza mente. Aquel cuerpo tan fino y largo, tendido en aquel nido, me enamoró.
Hoy que han “celebrado” eso que llaman `día de la mujer`, te escribo estas letras. Quizás sea esa reivindicación de un padre para con su hija.
En estos movimientos reivindicativos, de estupidez extralimitada, los más olvidados son los niños. Ellos son las verdaderas víctimas en leyes de divorcio, género e igualdad. Los niños convertidos en “armas arrojadizas” en esa batalla invisible entre los padres divorciados.
Los niños plenamente convertidos en trata de personas, entiéndase en el apartado de (cualquier forma moderna de esclavitud contra la voluntad y bienestar del ser humano). Los niños, los hijos, personas a las que solo puedes ver si pagas por ello (manutención), de lo contrario `te niegan veladamente´ la oportunidad de que ellos puedan disfrutar de su padre.
 
Hoy mi hija a sus trece años va camino de la adolescencia, como decía la canción “de niña a mujer”, y los años alejado de ella van pasando, perdiéndome esos momentos tan bellos de esta etapa en su evolución física y personal. Hoy el alejamiento de ella es tan patente como la frialdad del hielo.
 
Habrá quienes me dirán que no debo de hablar de esto en público, pero mi caso no es el único, y en esta sociedad de moderna involución social, considero importante que se conozca, que se publique la incongruencia de las leyes que nos afligen a los padres que no podemos hacer frente al concepto de manutención, cuando vivimos en un estado de exclusión social, laboral y personal. Cuando vivimos convertidos en parias de esta sociedad. Así que seguiré publicitando un concepto para mi muy importante: “NO SE ES MENOS PADRE POR NO TENER DINERO PARA PAGAR UNA MANUTENCIÓN”
 
La situación laboral ha evolucionado permitiendo que hoy sea la mujer la que realmente tenga la facilidad para encontrar un puesto de trabajo. Una situación que contrarresta con la involución personal y familiar donde se entiende que el hombre sin trabajo deja de ser parte importante de la familia, pasando a convertirse en una carga. Una carga, donde la mujer (no todas) piensan que es imprescindible desprenderse de dicha “carga”.
 
Pero el verdadero trasfondo de todo esto no son los adultos, sino los niños, a los que se les aplica una carga emocional severa y -me atrevería a decir- con secuelas psicológicas, al ser usados como elementos hostiles para con su padre. Donde comprendo que un acto de divorcio lleva incluidos las pertinentes cargas emocionales para los menores, para que encima se les aplique un incremento emocional al quedar convertidos en armas arrojadizas.
 
Hoy mi hija, ya tiene edad de entender que la vida es hermosa, donde somos las personas las que la solemos estropear. Ya tiene edad de entender, que un padre no es malo, por sacrificarse en silencio, por evitarle la vergüenza de tener a un padre indigente. Que no es malo, por no tener un euro para pasar una tarde con ella. Que no es malo, por no tener una casa, o un mísero dormitorio donde poder dormir y poder compartir con ella. Que no es malo, por no tener la oportunidad de encontrar un trabajo que le dé una mínima estabilidad para poder compartir con ella. Que no la llame, porque ella ya no le contesta ni siquiera a los mensajes. Que no es malo, por intentar sobrevivir.
 
Hoy mi hija, va teniendo edad de entender que un simple detalle en su cumpleaños, es un modo hermoso de sentirse cerca de ella.
 
Hoy, mi hija es una mujercita a la que solo deseo que en su largo caminar entienda, que somos por encima de todo personas, a las que valorar por aquello que le pueden ofrecer como tal, y no por lo abultado de su cartera.
 
Hoy, mi hija es una mujercita a la que solo pido que aprenda a valorar a las personas por lo que le puedan enseñar; por lo que le puedan aportar desde el corazón.
 
Recuerda que, “venimos solos a esta vida y solos, nos marchamos”, pero con el único equipaje de los buenos momentos vividos y con la ilusión de haber dejado huella en las personas, que aún después de nuestra ausencia, nos siguen apreciando.
 
José Antonio Córdoba Fernández
 
 
 
 

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