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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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10 de Enero de 2021
La estación que nos vio llegar
José Antonio Córdoba.-Hoy sentado en la mesa de aquella estación, mientras la esperaba, pensaba, pensaba en cuántas personas habrían estado allí antes que yo, en mi misma situación, esperándola, esperándole, o, esperando para irse y no volver.
Cada vez que llego, me invade el nerviosismo de aquel adolescente de la mesa de al lado, que se muerde las uñas, que mira sin desatino su reloj y después mira a su alrededor esperándola ver, se mete la mano en el pantalón y extrae su móvil, enciende la pantalla, mirando la hora y vuelve a mirar a su alrededor, fijando la mirada por donde piensa que habrá de aparecer.
La hora avanza, y avanza el nerviosismo, mientras interiormente trato de convencer a cada célula de que se mantenga firme, “que no se note que somos humanos”, lo que no evita que deambule por aquel andén sin rumbo.
 
La hora llega, o mejor dicho, ella llega antes que la hora. Estallan sus células en una explosión secuencial, pero allí está él, firme, tanto como una vela al viento. Ella se va acercando y pese a su firmeza, sus ojos le traicionan. Con cada paso de ella hacia él, sus ojos van ganando en brillo, en fogosidad. A tres pasos, a dos, a uno y aquel castillo fortificado de emociones se convierte en humo que arrebata una ráfaga de Levante.
Dos rostros, dos pares de ojos que se sumergen, los de él en los de ella y viceversa. Mascarillas que se bajan, para que aquellos labios tan distantes se besen, hoy, con más pasión que la primera vez. Dos cuerpos que en el frio de la tarde se niegan a separarse, dos almas que sin que ellos lo sepan, se toman de la mano y todos caminando al refugio cálido de una cafetería.
Hoy los vi, a aquellas dos almas adolescentes, mientras sus cuerpos maduros eran testigos mudos de su pasión, del calor que nace al sentirse el uno al lado de la otra. Hoy me vi, siendo testigo gráfico de aquello que una vez me dijeron, se llama “amor”, pero yo solo vi una hoguera, donde dos leños ardían sin consumirse. El baile de dos miradas, cual cisnes en un lago de aguas claras.
Hoy los vi, ahora se decían hasta luego, mientras sus almas se acariciaban y sus miradas luchaban por no distanciarse.
La noche llegó, con ella, la hora. Hora de despedidas, de besos, de caricias y miradas cómplices. Mientras ella se alejaba, el autobús llegaba a por él, a por otros como él, o como ella, mientras en el andén quedaban los retazos de aquella danza de miradas cómplices.
 
 
 
 

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