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14 de Febrero de 2021
Andaluz
Cuando hablamos de identidad, de nuestra identidad como andaluces, nos gusta mucho decorarnos con las insignias más brillantes y más lustrosas de nuestra cultura. Enseguida convocamos a Machado, Lorca, Alberti, en literatura. A Falla, a Paco de Lucía, a Camarón, para la música. A Picasso, Velázquez, para la pintura. Y eso está bien y es verdad; genialidad y brillantez en la que el componente andaluz de sus obras está siempre presente, en sus poemas, sus músicas y sus pinturas. 
¿Cómo es posible entonces, que cuando hablamos, o más bien, cuando hablan del andaluz, con estos antecedentes insignes, les vengan a muchos como una nube de cuervos grotescos a la memoria un chistoso, un rumbero, o  un paleto? ¿No deberíamos con esta genealogía cultural evocar, cuando decimos que somos andaluces,  a esos maestros, insisto; Machado, Lorca, Falla..? ¿Nos la han pervertido o hemos sido nosotros mismos los que hemos malversado esa herencia? 
La cultura nos hace hombres y mujeres libres. 
No tiene por qué tener la cultura grandes capiteles, ni tiene que andar cautiva en las academias. La cultura popular, no esa burda mixtificación que en vez de popular es bajuna. 
Confundir lo popular con lo chabacano es un error de medida. Lo popular ha sido de toda la vida, partera de la innovación y, en ocasiones, de genialidad. 
De la cultura popular se nutre Lorca para escribir el Romancero gitano. 
De su expresión  telúrica más sublime “El flamenco” se sirve Falla para culminar algunas de sus obras. 
Y eso si hablamos solo de la nuestra;  la cultura andaluza. 
No digamos el jazz, el blues, las vanguardias, de dónde beben…casi siempre de la genuina intuición del pueblo. 
Porque ahí sucede todo. En los palacios sólo quedan banquetes y banales garabatos en manos de marchantes de arte sofisticados y frívolos. 
Por eso, porque le tiene uno gran estima a las manifestaciones naturales del genio, me desconcierta tanto esa defensa que se hace a veces de la mediocridad y del chistoso. 
Y creo que no es inocente esa profusión de rumberos un poco idos por los porros con sus cuatro acordes del buen rollo. 
De elementos de la lírica barata y chabacana como “EL Barrio” de aquellos que apelan a los sentimientos más rancios, primarios y reaccionarios de la población como los folclóricos Ecos de la Marisma profunda o así. 
De usurpadores de la identidad de un pueblo como Los Morancos, de señoritos metidos a cantantes o presentadores a los que más que aplaudir debiéramos correr a garrotazos como el Osborne, o el Soto. 
De jugadores de fútbol que se enfadan cuando un compañero habla en su lengua como Sergio Ramos. 
De presentadores y programas de televisión que cuando quieren hablar de nuestra tierra, no evocan a Lorca, a Cernuda, a Alberti, a Machado, sino a cualquier lolailo que ande paseando su gracia y su salero sarasa por los tablaos. 
Tiene su lógica que en esta tierra, con esta luz y este clima, nuestro carácter se atempere y nuestras relaciones sociales sean alegres, pero esa suerte de vivir en una tierra privilegiada- que por cierto no es más que una casualidad, cualquiera de nosotros pudiera haber nacido en otra comunidad y andar hablando ahora en euskera o catalán, en otro país y andar hablando ahora en chino mandarín o en otro hemisferio y andar ahora en silencio, agazapado en la tragedia de un cayuco- esa suerte decía, no debe amansarnos y por bien que se esté paseando por las lindes del huerto, hay veces que debiéramos preguntarnos de quién son los huertos y quién se beneficia de nuestro sudor, cuando hay faena y de nuestra angustia, cuando nos echan como a perros de la obra, la fábrica, la viña o la oficina. 
Eso sí que no es casualidad, lo de nacer aquí, ya digo; cuestión puramente aleatoria. Lo de vivir como vivimos no. 
Por eso no es gratuita ni inocente la profusión de esa otra cultura: la orgía rociera de impresentables a caballo y con sombrero emulando a los caciques, eso no es casual. Ni la barbarie empresarial de la tierra. Ni los feudales atavismos con que el dueño de unas cuantas hectáreas de tierra cultivada de fresas en Huelva, o de invernaderos en Almería, se maneja ante sus jornaleros africanos. 
Andaluz es el quejio, o debiera serlo, de una estirpe maltratada por el tiempo y por la historia. No el folclore con el que Franco y sus secuaces dispusieron que se identificara a España, con sus faralaes y sus panderetas. No las sevillanas agradecidas,  ni el flamenco sujeto al diminutivo flamenquito para esparcir inmundicia musical y literaria por las cabezas de la gente. 
No los chistosos que cuentan la pobreza y la incultura como una gracia. Qué risa.
Yo quiero reír, a carcajadas si es posible, disfrutar de la vida, bailar (más o menos) incluso hacer palmas por bulerías cuando se tercie, pero lo que yo no quiero ser, y menos en estos tiempos terribles, es un gracioso. 
 
 
 
 

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