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27 de Enero de 2009

Estos vandálicos actos se repiten con demasiada frecuencia en una ciudad donde no faltan acontecimientos religiosos o civiles para justificar la descerebrada acción sin tener en cuenta a la mayoría de la población. 

Pepe Fernández.-Hace ya unos meses que el Ayuntamiento de Sanlúcar anunció la creación de un voluntariado turístico para mejorar la oferta del sector a los visitantes que quisieran conocer nuestro rico patrimonio.
Este proyecto considerado ilusionante, desde sus comienzos, por la totalidad de los compromisarios para estas labores altruistas, ha ido poco a poco desinflándose por razones que tendrán que determinar los técnicos o políticos responsables de esta iniciativa, así como aquellas personas que empeñaron su palabra.

El que esto subscribe, es sólo un resto del naufragio cultural de este proyecto, que se mantiene a flote gracias al compromiso adquirido y sobre todo a la gratitud y reconocimiento que recibe de los visitantes al Palacio Municipal al final del pequeño recorrido por las dependencias y jardines municipales, lo que hace crecer desmesuradamente el  ego de quien,  además,  disfruta con su cometido ciceroniano.

En esas estaba este mismo Sábado con cuatro insaciables visitantes ávidos de conocimientos sobre la residencia veraniega de los Montpensier, cuando casi al final del periplo mostraba, a estos turistas, el ala del Palacio sin restaurar e indicándoles la pronta rehabilitación gracias al protocolo firmado entre el Ministerio de la Vivienda y el Ayuntamiento de Sanlúcar –visita de ministra incluida-.

Fue en ese momento cuando a todos se nos cortó la respiración, nuestras miradas buscaron la causa elevando nuestras cabezas hacia el cielo de Sanlúcar ocultado parcialmente por la floresta de los jardines del Palacio.

Varias decenas de palomas despavoridas huían del lugar, y a buen seguro que hubiéramos hecho lo propio de estar dotados con las alas de éstas, aunque  fueran las de Ícaro, y desaparecer de allí aún a riesgo de que  Helio fundiera nuestras propulsoras manos con la cera de nuestras alas.

El silencio y la paz del lugar se vieron bruscamente rotos por la detonación de cuatro o cinco artefactos explosivos que acompañaron al previo repique de campanas de un templo cercano.

¿ Qué anunciaba tan atronadores artefactos? ¿ A quién o quiénes llamaban ese surtido ruido de campanas y explosivos?

Estas preguntas hechas por los visitantes no pudieron ser respondidas por este voluntario turístico que hace mucho dejó de interesarse por estos eventos religiosos o civiles que se suelen acompañar de semejante liturgia acústica.

La hora del día no puede justificar lo que a buen seguro es una actividad ilegal de quienes se permiten usar estos artefactos sin la preceptiva licencia municipal, que naturalmente sería denegada al no poder justificarse la euforia de tres o cuatros irresponsables, en un intento vano de transmitir con ruido una idea o acción a los ciudadanos en tres kilometros a la redonda.

Estos vandálicos aptos se repiten con demasiada frecuencia en una ciudad donde no faltan acontecimientos religiosos o civiles para justificar estas descerebradas acciones sin tener en cuenta a la mayoría de la población, que no quiere ser participe de estas efusivas muestras de alegría cuando van acompañadas de esta parafernalia pirotécnica..

Ni esta acción, presuntamente realizada por gente de Iglesia, ni aquellas de bodas o bautizos o cualquier otra fiesta religiosa o civil, están avaladas por la razón, y menos aún los derechos de estos individuos a celebrar algo  disturbando  la paz y tranquilidad del resto de ciudadanos, que no saben o no quieren participar en esas fiestas.

El civismo de algunos sanluqueños está muy lejos de la media nacional, pero nos indignamos mucho cuando en un alarde patriotero acusamos a los que nos denuncian por acciones como éstas de no defender los intereses de nuestra ciudad porque "si menos se ve, menos se escribe", sino es de furibundo anticlerical por tocar a la Iglesia.

Total, por cuatro cohetes a las doce del medio día....... y a las cuatro de la mañana.

No es de extrañar que nuestros queridos visitantes del Palacio se quedaran anonadados, no sólo por el ruido que interrumpió su sosegada visita, sino por no encontrar una razonable respuesta de quien no sabía dársela, por la sencilla razón que no hay nada que pueda justificar tamaña barbarie, ni raciocinio humano que la argumente cabalmente.

 
 
 
 

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