Al Camarón a veces se le quiebra la bulería más de la cuenta y es cuando la noche no ha sido buena compañera o cuando algún tragón de la plaza le falta el respeto, que las cosas no son así.Jota Siroco.-Aquella mañana se corrió la voz como dicen que lo hace la pólvora: “que se han encontrao muerto al Camarón por la Cruz de Mayo” y a todo el mundo se le atragantó la cerveza porque uno se acostumbra a la gente de la plaza, le toma cariño, y cuando falta uno, falta un poquito de todos.El Cabildo, para los no habituales, es un universo de artistas, una especie de Orquesta Sinfónica Todocién: Theodor, cuando está contento, toca su inmemorial violín a ritmo de kasachó (Dios sabrá si se escribe así); el rumano del acordeón nos sobresalta con boleros agudos como cuchillos; hay otro, que afortunadamente viene poco, portando en bandolera un piano electrónico e infernal, con el que no se sabe bien qué melodía destroza en cada segundo. Pero el maestro es el Camarón.
Al Camarón, lo sé de buena tinta, le invitaron este verano a animar con sus cantes un jolgorio guiri a cambio de 500 leuros. Prometió ir, porque prometer es gratis, pero después se lo pensó mejor y, como Manuel Torre “Niño de jerez”, se dijo que en su jambre mandaba él, se tumbó en el Cantillo a verlas venir y dejó a los guiris sin fiesta y sin bufón nocturno. En fin, que cuando se supo la triste noticia, poco faltó para erigir a Camarón una estatua entre Balbino y La Gitana que es donde ejerce, dedicarle un homenaje en la Peña, montarle un sepelio a lo grande en la Caridad, nombrarle hijo predilecto de esta muy noble y muy leal ciudad y dedicarle tres o cuatro artículos con foto en este periódico. Pero, cuando ya todo estaba en preparación, que este pueblo para las penas corre más que un gamo, héte aquí que le dio por aparecer por la esquina de la Barbiana, más repeinao que un cristo resurrecto, ante el estupor general de la concurrencia y ante un cierto cabreo del escultor sin estatua que echarse a la boca, de la Peña sin homenaje póstumo, del cura de la Caridad sin iglesia llena por fin, del Ayuntamiento en Pleno por su ocurrencia y de este pobre cronista sin artículo que llevarse a la pluma. En fin que el Camarón, como el que no quiere la cosa, comenzó a cantar aquello de “y no estaba muerto, que no, que estaba tomando cañas, leréleré…”. Menos mal, Rafaél.
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