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El mercado de abastos
 
 
 
 
 
 
 
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04 de Noviembre de 2009

Imagen activaSanlúcar de Barrameda: el mercado, el estilo, la ciudad

 No es extraño en los tiempos actuales que surjan movimientos ciudadanos para denunciar atropellos y proyectos urbanísticos que se estima puedan ir en contra de intereses generales. Ello es especialmente singular cuando se trata de actuaciones arquitectónicas de carácter público en conjuntos históricos cuyo estilo es rechazado por inapropiado, agresor con el entorno monumental, etc. Asociaciones conservacionistas locales dan la voz de alarma contra estos atentados e intentan impedir su construcción mediante la difusión de sus denuncias siendo estos días especialmente interesantes los medios de masas como Internet para conseguir un efecto propagador y recabar firmas que avalen los planteamientos locales, que son quienes presumiblemente conocen  la realidad interna.  

Yo mismo he participado, incorporando mi firma, para apoyar o rechazar alguna actuación o proyecto y en ese flujo me ha llegado la ola de denuncia del nuevo proyecto de Mercado de Sanlúcar de Barrameda. Me piden la firma por estar mi dirección en listas de correo conformadas por acumulación de todos aquellos que han protestado alguna vez por algo, a los que se supone que participan de una comunidad de ideas, solidarios con todo lo que venga por esos cauces: “hoy por mi, mañana por ti”.

A la vez surgen comentarios en el foro derivado, denunciando que yo formo parte del proyecto, cuando se me supone que soy defensor del patrimonio histórico. En ese flujo, incluso me ha llegado una carta, que agradezco, en la que se me advierte de que mi nombre está asociado al proyecto que se rechaza y que, lógicamente, debo desmentirlo porque no puede ser que esté relacionado con ese atentado patrimonial. Este escrito combina tanto mi opinión sobre la cuestión como una contestación por alusiones. 

Nada que objetar al uso legítimo de los medios, a los esfuerzos personales y grupales por defender cuestiones e ideas que afectan al común, máxime cuando se trata de espacios o recursos públicos. Estamos en democracia y es sano el debate de ideas en libertad y la toma de postura frente a la acción diaria de los poderes públicos. Pero lo que se echa en falta en muchos de estos avatares es una cultura amplia, cuando no un conocimiento de la realidad. 

El Mercado de Sanlúcar de Barrameda es el corazón de la localidad, tanto por la ubicación central en su centro histórico, como por la explosión de vida que sustenta cada día, como por la vida que fluye desde los recursos económicos que aporta a la ciudad y creo que se confunde contenido con continente o, cuando menos, se identifican. El edificio no está catalogado por cualquiera de los posibles méritos relacionados con el patrimonio histórico y sus valores urbanísticos y sociales nadie los ha puesto en duda por saberse cruciales: su lugar y su actividad con todos sus ingredientes.

No es posible mantener ni reformar el mercado en ese edificio con sus características actuales y es por tanto necesario erigir una nueva edificación y aquí entramos en la cuestión de estilo. Los edificios de mercados públicos son un fenómeno de la contemporaneidad y siempre han estado asociados a la imagen de modernidad por ser claros referentes de la vitalidad de la ciudad. La arquitectura del hierro encontró en estos edificios una de sus aplicaciones más notorias y extendidas, tanto por las ventajas de disponibilidad de espacio, luminosidad, versatilidad y velocidad de construcción, como por la idea de modernidad inherente al estilo.

De la misma mano iban las estaciones de ferrocarril construidas desde mediados del siglo XIX, que todos conocemos. A estos edificios, rompedores con lo que se puede suponer valores de la arquitectura y entorno tradicionales, se les considera hoy valores en si mismos y son protegidos, tanto para continuar su función de mercado –La Boquería de Barcelona es evidente y muchos otros-, como para asumir otras funciones.  

En Andalucía –con la excepción de la lonja del Barranco en Sevilla- fue más común la edificación de mercados con estilos en la tradición historicista, en gran parte por ser en aquellos momentos Andalucía región con menor dinamismo económico como todos sabemos. El mercado de Carmona (1844) es prodigioso en su estilo de ecos neoclásicos y para su construcción se derribó un convento de monjas de la edad moderna. El de Cádiz también se exhibe en este estilo neoclásico con un corte más teatral, y tantos otros. Ambos están protegidos porque suponen un valor reconocido y ambos pueden mantener su función incorporando los necesarios cambios que requieren. Pero el mercado de Sanlúcar ni sirve, ni es el de Carmona ni el de Cádiz o tantos otros con calidad reconocida y no debemos confundir, insisto, calidad y vitalidad humanas, que son atributos del pueblo, con la edificación, que es una manifestación atávica de un pueblo sin recursos públicos.

 El impacto de un nuevo estilo es una de las cuestiones que más cuesta aceptar a los conservacionistas –yo no lo soy, como nada que suponga un “ismo”, incluido el “reduccionismo patrimonial” como actitud-  y ello debe de ser por la carencia de análisis ponderado de la ciudad y sus estilos. Siempre me ha fascinado el estilo gótico por ser extremadamente extraño, por mucho que estemos acostumbrados a verlo.

El asombro que sigue produciendo deviene en gran medida por su carácter único en formas y tecnologías arquitectónicas así como en soluciones decorativas. ¿Qué tiene que ver con la tradición clásica mediterránea? ¿Y con la tradición hispanomusulmana? ¿Y con el renacimiento o barroco? Nada de nada. Las Covachas son góticas y supusieron un alarde gestual del poderoso señor de la villa  por estar en la vanguardia arquitectónica europea asociada a los espacios económicos. ¿Cómo veríamos hoy –algunos especialmente- un edificio con ese decorativismo anguloso que incluye esculturas de dragones que se retuercen como recién pescados? Pues ahora conviven con arquitecturas domésticas del barroco, absolutamente contrarias a sus principios y, por tanto, podríamos concluir “irrespetuosas”, ese término tan usado en estas lides.

Para respeto, quizás recordar que el actual mercado que se defiende se adosó de forma traumática sin ambages a estas covachas, entonces no valoradas. Siempre resulta útil para estas cuestiones echar mano de la plaza de la Virgen de los Reyes de Sevilla, muy conocida y uno de los emblemas del escenario patrimonial de esta otra ciudad del Guadalquivir, tan unida a Sanlúcar. ¿De dónde viene su calidad reconocida? A la torre de una mezquita, maciza y moruna le sobrepusieron un campanario renacentista romano y añadieron balcones con balaustradas a las limpias aristas andalusíes. A su lado se le impone en masa una catedral gótica llena de arbotantes y pináculos aéreos, que a su vez se le añade una capilla de los Reyes bajo los principios estéticos del Renacimiento que, como impulso de la modernidad, se asociaba al Emperador.

El palacio episcopal no se hizo en neo gótico ni neo renacimiento, como sí ocurrió con la colección de pastiches que se suceden en la vecina Avenida de la Constitución y que no superan el valor de la escenografía anecdótica. El palacio se construyó en puro y buen barroco. El convento de agustinas asoma con pequeños detalles mudéjares y barrocos y la embocadura de la c/ Mateos Gago añade estilos regionalistas y son lo que menos se recuerda.  ¿De dónde, insisto, viene la calidad estética de la plaza? ¿Acaso han pensado los conservacionistas que de su variedad? ¿O quizás de la calidad de sus arquitecturas, todas hijas de su tiempo pero realizadas por buenos arquitectos? Pues vamos por el buen camino ¿Significa eso que sólo la diversidad o el contraste generan calidad? Pues tampoco y seguimos por el buen camino.

En esa plaza se derribó la mayor parte de una soberbia mezquita y parte del remate del alminar, y la totalidad del edificio del Concejo, incluyendo murallas y cúpulas mudéjares ¿Dónde nos quedamos? ¿En aceptar lo que nos ha venido como si hubiera sido mágico y rechazar lo que viene porque no conocemos las claves de nuestro tiempo, incluida su arquitectura? ¿Significa eso que toda arquitectura que responda a los planteamientos actuales de la vanguardia es buena? Pues tampoco, y seguimos por el buen camino. ¿Es que entonces yo aplaudo el edificio del nuevo Mercado de la Encarnación de Sevilla, ya que trabajo en la recuperación y musealización de los restos arqueológicos que se desarrollan en el sótano? Pues tampoco, y nunca he ocultado mi parecer al respecto, contrario a esta iniciativa.  Estoy orgulloso de haber trabajado en la restauración, rehabilitación, instauración –que de todo ha habido- de La Cartuja de Sevilla. Hasta cinco equipos de arquitectura han interpretado las partes que les asignaron de un conjunto heterogéneo de estilos y funcionalidades históricas.

Hubo problemas de aceptación de muchas soluciones por parte de los compañeros de historia del arte que trabajaron en la obra, quienes callaron cuando se les comentó que nadie dudaba de sus conocimientos en arquitectura histórica pero que era evidente que su erudición no abarcaba a la arquitectura moderna y por tanto sus comentarios y actitudes eran inconsistentes. La calidad de los arquitectos era alta y superior, el conjunto exhibe su nueva personalidad y podemos contemplar el resultado con el poso de más de 15 años –para mí, de bueno a magnífico, según qué partes-, como una aportación sustancial a la actuación patrimonial en España, distinguida incluso con un premio de Hispania Nostra.  

Así debe de ser señores, análisis amplios con diagnósticos certeros realizados por técnicos capaces, que trabajan desde sus experiencias y disciplinas y teniendo en cuenta a las demás para aportar calidad a la solución arquitectónica. Ésta combina la funcionalidad –avalada por los placeros- y la calidad –avalada no solamente por un concurso que ganaron limpiamente, sino por su trayectoria y proyectos honestos y bellos como este del Mercado de Sanlúcar de Barrameda. Una ciudad donde he comprobado que aporta mucho más la vitalidad de su pueblo que la reflexión de estos defensores de su patrimonio. Hay más sin duda. 

Fernando Amores Carredano Licenciado en Historia del Arte Profesor de Arqueología de la Universidad de Sevilla

 
 
 
 

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