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27 de Abril de 2008

Los orgullos que yo tengo a lo mejor no son orgullosos ni nada

Imagen activaGallardoski.-Que nos fíen los libreros, que los taberneros nos abracen bajo su sombrajo, que los músicos nos inviten alguna vez al escenario.
Son modestas conquistas que a nadie conmoverán más que a mí. Por ejemplo, que nos llamen por teléfono los amigos, a mi compañera y a un servidor de ustedes, cuando llega el fin de semana porque quieren estar con nosotros. Y que nos reciban con una sonrisa generosa y franca. Y que lleguen la conversación y la risa y que cuando concluye la noche a altas horas de la madrugada nos sintamos confortados por la compañía.

Ya sé que esto no es muy importante (solo cuando deja de sonar el teléfono empieza a serlo) pero es muy agradable y muy bueno para la estima y los nervios de uno.

O por ejemplo que personas a las que admiro porque son sensibles y sabias vengan a regalarme, recién impreso, un libro de poemas donde leeremos “Tu boca tomaré/ -soy ladrón y robo-/ por asalto, de noche/ hasta abrirla del todo”. Luego el amigo se extraña de que sienta mucha gratitud por su libro, y el que soy se calla y se marcha porque no se quiere entrar en enojosas explicaciones del afecto aunque dure – el afecto- ya casi dos décadas.

O la soberbia de sentirte amado por los tuyos cuando una hija que tienes y va creciendo, sigue celebrando cada noche tu llegada a la casa y destierra con su abrazo toda la soledad del día, toda la frustración de esta vida que si bien no será la gran vida, vida es y sigue siendo.

Los orgullos que yo tengo a lo mejor no son muy vistosos, ni tienen el postín heroico del que se sabe un mago, un poeta, un genio o un héroe. Modestas jactancias de la amistad y el respeto, pero como dice uno al que quiero mucho y por estas mismas páginas habita, quiero tener tan solo la urgencia impertinente de nunca tener prisa, de seguir así, como si nada, viviendo con esta gente.